María y Gabriel, cada vez más cerca – Sueños de Libertad

Spoiler con el título: “Hay un problema”

Una conversación aparentemente sencilla reveló un secreto que podría cambiarlo todo: la recuperación de María va mejor de lo que todos piensan, pero esa mejoría se ha convertido, paradójicamente, en un problema. El médico ha sido claro: con constancia en los ejercicios de rehabilitación, podrá volver a moverse más pronto de lo previsto. Sin embargo, lo que debería ser motivo de alegría se convierte en una preocupación para María, quien ahora debe hacer todo lo posible por ocultar sus avances a Olga.

¿Por qué tanto misterio? Porque si Olga se entera de que María está progresando, podrían verse afectadas sus intenciones, su trato hacia ella o incluso los planes que la joven tiene en mente para el futuro. Por eso, necesita mantener todo en secreto… al menos por ahora.

Por fortuna, no está sola. A su lado está Diego, quien le ha demostrado desde el primer momento una lealtad y generosidad poco comunes. Él no solo ha estado ayudándola en la sombra con sus ejercicios, sino que se ha comprometido a llevarla al médico cada vez que lo necesite, sin levantar sospechas. Cuando ella, con timidez, le pregunta si no le importa involucrarse tanto, Diego responde con seguridad: “No. Te mereces toda la ayuda posible por luchar como lo estás haciendo para seguir adelante”.

Esa frase, simple pero profunda, toca a María. Durante mucho tiempo se ha sentido sola, aislada, como si todo el mundo en esa casa se hubiera olvidado de ella. Pero ahora, gracias a Diego, empieza a sentir que ya no está sola, que hay alguien que cree en ella, que la apoya sin juzgarla y que, sobre todo, respeta su proceso.

Conmovida, le agradece con sinceridad: “No sabes lo que significa para mí”. Y es verdad, porque este tipo de apoyo emocional y práctico le da la fuerza que necesita para seguir luchando. En medio de la música suave que acompaña la escena, Diego le asegura que puede confiar en él, y en ese momento se forma un vínculo silencioso, una promesa tácita entre los dos.

Cuando Diego se aleja un momento, María no puede evitar comprobar, casi con ternura, que sigue moviendo la pierna. Lo hace sin esfuerzo, como si estuviera celebrando en silencio que su cuerpo le responde, que está más cerca de recuperar su independencia. Ese pequeño gesto es también un símbolo: ella está cambiando, está avanzando, aunque aún no esté lista para que el mundo lo sepa.

“Te arrepentirás de haber venido a esta casa”: María advierte a Gabriel del  peligro de entrar en la familia de la Reina

“¿Qué haces?”, pregunta Diego al volver. “Nada. Comprobar que puedo seguir moviendo la pierna gracias a ti”, responde ella con una sonrisa. La conexión entre ellos se hace cada vez más evidente, como si compartieran algo más que una rutina de ejercicios o un secreto. Es una complicidad genuina, que no necesita palabras grandilocuentes para afirmarse.

Pero no todo es ternura. La realidad vuelve con fuerza cuando Diego anuncia que debe regresar a la fábrica. María lo despide con un “Hasta luego” que suena a deseo de que el tiempo pase rápido para volver a verlo. Se queda sola por un instante, con la música llenando el ambiente, mientras en su rostro se dibuja una mezcla de esperanza y temor. Esperanza, por lo que está logrando. Temor, por lo que podría pasar si alguien descubre antes de tiempo lo que ya puede hacer.

Este momento marca un punto de inflexión en la historia de María. Su recuperación física está avanzando, pero también su crecimiento personal. Ya no es la mujer resignada a la dependencia o la soledad. Ahora es una mujer que empieza a tomar las riendas de su destino, que oculta una fuerza silenciosa bajo una apariencia frágil. Y junto a ella, Diego se convierte en su principal aliado, no solo en su rehabilitación, sino quizás también en su camino hacia una nueva libertad.

Mientras el reloj avanza, María sabe que su secreto no podrá mantenerse para siempre. Olga sospechará tarde o temprano. Pero por ahora, lo único que importa es que su cuerpo responde, que puede mover la pierna, que no está sola. Y que, por primera vez en mucho tiempo, alguien la mira con los ojos de quien cree en ella.

Y eso, en una casa donde el aislamiento ha sido norma, vale más que cualquier promesa vacía.

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