SPOILER: “Qué irónico, ¿no? Que venga usted ahora a pedirme mi voto y cuando me presentó a mi primo no se atrevía a decir que yo era su hijo”

En un nuevo giro emocional en Sueños de Libertad, las heridas del pasado se cruzan con las decisiones del presente, dejando claro que en esta familia, los negocios y los vínculos personales están tan entrelazados que es casi imposible separarlos. La escena entre Damián y Tasio no solo revela una estrategia empresarial, sino que expone viejos resentimientos que aún supuran, silenciosamente.

Todo comienza con Damián buscando el apoyo de Tasio para una decisión clave en la fábrica: la contratación de Gabriel como abogado interno. Después del caos provocado por el atropello, Damián ha comprendido que necesitan a alguien con compromiso y presencia constante, no abogados externos que se esconden tras escritorios y tarifas. “La firma que contratamos no supo negociar —le dice—. Necesitamos algo más fuerte, más cercano… necesitamos a Gabriel.”

Tasio, que no es ingenuo, se muestra sorprendido. Pensaba que las funciones legales ya estaban cubiertas y cuestiona por qué ahora se quiere hacer este movimiento. A ojos de Tasio, Gabriel ha conseguido mucho en poco tiempo. El ascenso de un recién llegado puede levantar sospechas, y lo deja ver en su tono, aunque sin malicia.

Damián no oculta la verdad. Le explica que Pedro Carpena se opone frontalmente a la incorporación de Gabriel, y que, como consecuencia, la única manera de avanzar es llevando la propuesta ante la junta de accionistas. Para eso, necesita votos. Para eso, necesita el voto de Tasio.

Aquí es donde la conversación deja de ser solo sobre Gabriel y se convierte en un ajuste de cuentas emocional.

Tasio, sin levantar la voz pero con la puntería afilada, lanza una frase que desarma a su padre: “Qué irónico, ¿no? Que venga usted ahora a pedirme mi voto… y cuando me presentó a mi primo, no se atrevió a decir que yo era su hijo.”

Es un golpe seco, directo al orgullo de Damián, que por un segundo se queda sin respuesta. Porque es verdad. En su momento, prefirió callar, presentar a Tasio como un primo lejano antes que asumir públicamente su paternidad. Lo hizo por conveniencia, por miedo o por imagen, pero lo hizo. Y ahora, ese pasado silenciado vuelve para cobrar su precio.

Damián intenta templar el ambiente. Apela a la madurez de Tasio, a su reciente involucramiento en la fábrica, a ese nuevo lugar que ha ganado entre los suyos. Le dice que esto no es solo un capricho: es una decisión estratégica por el bien de la empresa, una empresa que también es suya. Le pide que piense con lógica, con visión, que deje atrás lo personal… aunque lo personal esté justo en medio de todo.

Tasio escucha. Respira. Y responde con firmeza: sí, votará a favor de la contratación de Gabriel.

Pero no lo hace como un favor, ni como una concesión. Lo hace porque cree que Gabriel se lo ha ganado, porque la empresa necesita un abogado con capacidad y compromiso. “Lo ha demostrado con hechos”, dice. Y además, deja claro que el apellido de Gabriel —tan cuestionado por Pedro— no debería ser motivo para vetarlo. “Un apellido no determina la valía de una persona”, sentencia Tasio, con una convicción que parece también una reivindicación propia.

Damián no puede ocultar el alivio. Sabe que sin ese voto, todo se complicaba aún más. Y al ver a Tasio tan claro, tan sensato, le reconoce su evolución. “Eres un hombre cabal”, le dice. Palabras que, aunque simples, cargan un reconocimiento que Tasio ha esperado durante años.

La conversación termina con un momento de tregua. Damián se despide, dejándolo continuar con su trabajo, y aunque las heridas del pasado no se han cerrado del todo, queda claro que pueden avanzar hacia acuerdos más sólidos, siempre que el respeto mutuo esté sobre la mesa.

Lo que esta escena demuestra es que, en Sueños de Libertad, las decisiones empresariales rara vez son neutrales. Están teñidas de la historia compartida, de los silencios pasados, de las identidades ocultas y de las palabras no dichas. El apellido pesa, pero más pesa el reconocimiento.

Y ahora, con Gabriel a un paso de entrar oficialmente a la fábrica, con Tasio defendiendo lo justo, y con Damián tratando de reparar viejas faltas mientras sostiene los hilos del poder, la tensión dentro del núcleo familiar no hace más que aumentar.

Pedro Carpena no va a rendirse fácilmente. Su rechazo a Gabriel no es solo profesional: es personal, político, casi visceral. Y con María involucrada en decisiones empresariales cruciales —y sospechosamente cercana a Pedro—, el tablero de juego se torna aún más inestable.

Este capítulo marca un antes y un después. Porque si Tasio ha empezado a alzar la voz y exigir su lugar, si Gabriel está a punto de integrarse plenamente, y si Damián está dispuesto a mover fichas para asegurar lealtades, entonces lo que viene no será solo una lucha de poder en la empresa… será una lucha por la identidad, la herencia y el futuro de toda la familia.