Título: “Fina y Marta sellan un vínculo eterno con un sueño compartido”

En el corazón del recién inaugurado estudio fotográfico de Fina, se desarrolla una conversación profundamente emotiva que consolida no solo un sueño, sino una relación que trasciende los lazos de sangre. Allí, en medio de cubetas imaginarias, ampliadoras por llegar y fotografías que aún no cuelgan, late una historia de amistad, lealtad y familia elegida.

Todo comienza con Marta, un poco nerviosa, pidiendo disculpas por un error de Gaspar con el café. Pero Fina, absorta en la emoción de su nuevo espacio, la tranquiliza. No hay reproches, solo ilusión. Describe con entusiasmo cómo visualiza cada rincón: desde la mesa para el papel hasta las fotos por todas partes. Aunque aún falten cosas, su mente ya lo ha construido todo.

Marta, visiblemente emocionada, destaca el hermoso gesto de Gaspar al cederle el local y el trabajo en conjunto de las chicas para acondicionarlo. El estudio no es solo una habitación con potencial, es el resultado del cariño colectivo de quienes la rodean. Fina lo resume con una frase que dice mucho: “Lo más emocionante no es tener esto… es el amor que recibo. Eso no se paga con nada”.

Conmovida por la sinceridad de su amiga, Marta le responde entre risas y ternura: “Algo habrás hecho”. En esas pocas palabras, reconoce la bondad de Fina, ese magnetismo silencioso que inspira amor sincero.

Pero el diálogo toma un tono aún más íntimo cuando Fina, dejando caer las barreras, confiesa uno de sus mayores temores: quedarse sola. Recuerda cómo, durante la enfermedad de su padre, sintió que mientras otras personas formaban familias y hogares, ella se quedaba al margen. Sin embargo, en un momento de revelación, reconoce que ya tiene su propia familia. “Te tengo a ti, a Claudia, a Carmen, a Digna… esa es mi familia”. Y al decirlo, la seguridad de no estar sola jamás la invade. Marta, tocada hasta lo más profundo, le promete con convicción: “No lo vas a estar. Porque yo, de tu lado, no me pienso mover”.

La ternura del momento se entrelaza con las preocupaciones de Marta, quien atraviesa tensiones laborales en la empresa Cobeaga. Fina le pregunta por ello con afecto. Marta, un poco abrumada, admite tener muchas cosas rondándole la cabeza. Pero su distracción se disipa cuando, inesperadamente, decide darle un regalo a Fina. Al revelarle que le ha comprado una cámara nueva, el asombro de Fina es inmediato.

Marta le explica que, aunque la antigua cámara de su padre tiene un valor sentimental inmenso, esta nueva le permitirá seguir creciendo como profesional. Fina, casi sin palabras, balbucea un agradecimiento entre lágrimas y risas. “Te quiero”, le dice. “Te quiero”, responde Marta, cerrando un instante que destila ternura y complicidad.

Pero la generosidad de Marta no acaba ahí. Le informa a Fina que ya ha encargado todo el equipo necesario para terminar de montar el estudio. Fina, incrédula, balbucea que es una locura y que no tenía por qué hacerlo. Marta, sin dudar, le responde con una sonrisa: “Claro que sí. Porque esto es importante. Y solo por ver tu carita de sorpresa… ya vale oro”.

En un giro final cargado de simbolismo, Fina decide mostrarle a Marta la zona de revelado. Ese rincón oscuro pero prometedor representa lo que ambas comparten: confianza, sueños, amor. Allí, Fina le expresa un deseo que lleva tiempo guardando. “Tengo tantas ganas de fotografiarte, Marta. Nadie me saca como tú, porque nadie te ve a través de mis ojos”. Marta, intrigada, le pregunta: “¿Y qué ves tú?”. Fina, con una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, contesta: “A la mujer de mi vida”.

Con esta declaración, no solo se afianza un lazo irrompible, sino que se pone en valor una forma de amar libre, incondicional y profunda. La conversación no solo revela el crecimiento personal y profesional de Fina, sino también la potencia de una amistad que se transforma en familia.

Este momento, cargado de emoción, simboliza cómo el amor —sea romántico, fraternal o de amistad— es capaz de sostenernos incluso en los días más oscuros. Un sueño cumplido, un regalo inesperado, un estudio lleno de promesas y dos mujeres que caminan juntas hacia el futuro, sin miedo y sin soledad. En La Promesa, esta escena brilla como un faro de ternura en medio del caos, recordándonos que lo esencial no siempre es visible… pero siempre se siente.