“Bueno, es lo que tienen las mentiras que no traen nada bueno…”
En esta ocasión nos adentramos en una de las conversaciones más tensas y desgarradoras de toda la trama, un momento en el que la verdad, las excusas y las culpas se entrelazan en un torbellino de emociones que marcan un antes y un después en la relación entre Andrés y Begoña. Lo que comienza como un intento de justificación pronto se convierte en un duelo verbal cargado de reproches, lágrimas contenidas y la dolorosa constatación de que las mentiras siempre terminan pasando factura.
La escena arranca con Andrés, decidido a explicar lo inexplicable. Con un tono manipulador, intenta suavizar la gravedad de sus actos confesándole a Begoña que contrató a un detective privado. Según él, esa decisión no fue un capricho ni un acto de desconfianza, sino una manera de descubrir las verdaderas intenciones que se escondían tras los movimientos de don Pedro. Le cuenta que gracias a las pesquisas del investigador descubrió que, a través de contratos con la curia, don Pedro habría obstaculizado el proceso de unidad matrimonial que María había solicitado. Un movimiento, según Andrés, cargado de intereses ocultos.
El joven no tarda en añadir un matiz que enciende aún más la conversación: asegura que es imposible que un trámite de esa magnitud se hiciera gratuitamente, insinuando que María y don Pedro tenían un acuerdo secreto. La acusación es dura, directa y, sobre todo, construida sobre suposiciones. Mientras habla, la cámara —imaginariamente— nos muestra el rostro de Begoña, desencajado, incapaz de procesar cómo la persona que ama es capaz de ir tan lejos para sostener su versión.

La tensión aumenta cuando Andrés, al notar la decepción que refleja el rostro de su compañera, decide abrirse en una confesión aún más personal. Le dice, con la voz quebrada, que si aceptó participar en aquella farsa fue únicamente por ella. Que todas las decisiones que ha tomado, incluso las más cuestionables, tenían como objetivo proteger su relación. Insiste en que estaba intentando evitar que don Pedro arruinara sus planes de estar juntos y que, en su lógica retorcida, ese era un sacrificio que debía asumir.
Pero las palabras de Andrés no consiguen el efecto que él esperaba. Al contrario, hacen estallar la rabia contenida de Begoña. Con un tono firme, mezcla de indignación y tristeza, le lanza la pregunta que lo desnuda por completo: “¿Estás intentando responsabilizarme a mí de lo que tú hiciste?”. Esa frase golpea como un mazazo, dejándolo sin argumentos por unos segundos.
Andrés, sin embargo, intenta recomponerse. Con un aire de desesperación, le asegura que no la está culpando, que lo único que quiere es que entienda las razones que lo llevaron a guardar silencio. Se sincera al decir que no se siente orgulloso de sus actos, pero insiste en que todo lo hizo por ella, porque lo único que anhelaba era permanecer a su lado. En ese instante, el espectador comprende que Andrés está atrapado en su propia red de contradicciones: justifica lo injustificable, mientras sus palabras suenan cada vez más vacías.
El momento culminante de la escena llega cuando Begoña, al borde de las lágrimas, le arroja la verdad más dura que él se resiste a aceptar. Le dice que todo lo que ha hecho no solo no ha dado frutos, sino que ha empeorado la situación. Ahora él ha vuelto a estar con María y, como si eso fuera poco, las consecuencias de sus mentiras han llevado a que mucha gente enferme. Su decisión no solo ha fracturado su vida personal, también ha puesto en riesgo a los más vulnerables.
Andrés, herido en su orgullo y desesperado por defenderse, intenta una última justificación. Afirma que él no podía prever ese desenlace, que la enfermedad de los trabajadores era algo que solo podría haber salido a la luz mediante una inspección oficial previa. Sus palabras, sin embargo, resuenan más como excusas que como explicaciones válidas. Y es en ese momento cuando, con un aire de resignación, pronuncia la frase que define toda la escena: “Bueno, es lo que tienen las mentiras, que no traen nada bueno”.

Lejos de suavizar el golpe, esa confesión provoca el efecto contrario. Begoña, con un dolor profundo en la voz, le responde que sus mentiras han hecho enfermar a muchas personas. Que ahora son ella y Luz quienes deben enfrentarse cada día al sufrimiento de esas familias, mirarlas a la cara y cargar con un peso que no les corresponde. Su tono es cortante, frío, casi definitivo. Y para dejarlo aún más claro, le pide que no le exija comprensión, porque tiene demasiado trabajo como para perder más tiempo en justificaciones vacías.
La escena concluye con un silencio cargado de significado. Andrés queda abatido, consciente de que sus intentos de manipular, justificar y convencer no han hecho más que alejarlo aún más de Begoña. Ella, por su parte, se marcha con la dignidad intacta, pero con el corazón desgarrado por la decepción.
Este spoiler nos muestra, con toda su crudeza, el precio de las mentiras y de las decisiones tomadas desde el egoísmo disfrazado de amor. Andrés, en su obsesión por proteger lo que creía suyo, ha destruido lo que más valoraba. Y Begoña, pese al dolor, demuestra una vez más su fortaleza al no dejarse manipular. La conversación es un punto de quiebre que marca no solo la relación de ambos, sino también la dirección que tomará la historia en los próximos capítulos.
Porque si algo nos queda claro tras este encuentro es que las heridas provocadas por la mentira no cicatrizan fácilmente. Y que, cuando el daño alcanza a inocentes, las consecuencias se vuelven irreversibles.