Hoy va a seguir todo igual | Spoiler de Sueños de Libertad

En esta entrega, las tensiones siguen creciendo y las conversaciones se vuelven cada vez más peligrosas. Lo que al principio parece un simple intercambio de palabras entre Marta y Damián, termina convirtiéndose en una charla cargada de miedos, secretos, advertencias y verdades que no todos están preparados para escuchar.

La escena arranca con Damián buscando a Marta con cierta urgencia. Su tono es seco, preocupado, pero también cargado de esa autoridad que siempre trata de mantener, incluso cuando el miedo lo sobrepasa. No tarda en soltar la noticia que le quita el sueño: Santiago se ha fugado de la cárcel. Marta, que recibe la información con un gesto de asombro contenido, le responde con calma: Pelayo ya se lo había contado. Sin embargo, la confirmación directa de Damián hace que la tensión se multiplique.

Él, con la voz entrecortada, intenta suavizar el golpe diciéndole que imagina que Santiago habrá ido a la casa del monte a avisarles. Pero lo cierto es que ni siquiera él está seguro de sus propias palabras. Lo dice más como un deseo que como una certeza. La preocupación en su rostro lo delata.

Marta, en un intento de no dejarse arrastrar por el miedo, mantiene un tono más tranquilo. Le asegura que no cree que Santiago se atreva a aparecer por allí, porque sería demasiado arriesgado: las autoridades lo están buscando, y acercarse a la colonia sería firmar su propia condena. Aun así, ambos saben que Santiago es impredecible, y esa sola idea basta para que el aire se vuelva más denso.

Damián, incapaz de contener lo que siente, le dice a Marta lo que en el fondo ella también sabe: no pueden confiarse. Repite con fuerza que desconocen lo que pasa por la mente de Santiago y que cualquier cosa puede suceder. Entonces, con un tono de súplica disfrazada de orden, le pide que tanto ella como Fina se trasladen a su casa, donde él pueda protegerlas. Es la voz de un padre que intenta mantener el control de una situación que se le escapa de las manos.

Marta, sin embargo, no cede del todo. Le responde con resignación que se quedarán en la colonia, pero que no saldrán solas y que siempre estarán acompañadas. Es una promesa que busca tranquilizarlo, aunque en el fondo sabe que el peligro sigue acechando, sin importar dónde estén.

La conversación podría haber terminado allí, pero Damián cambia repentinamente de tema, como si necesitara desviar su mente hacia otro frente de batalla que también lo atormenta: la fábrica. Con un tono más sombrío, le revela a Marta que Luz ha levantado sospechas muy serias. Según ella, las condiciones en el área de saponificación están enfermando a los trabajadores por la exposición constante a productos químicos.

Al escuchar estas palabras, Marta no puede contener su indignación. Su rostro se endurece, su voz se eleva y le reprocha con firmeza que no pueden permitir que los operarios sigan expuestos a semejante riesgo. Su reacción no es solo de coraje, sino de impotencia: sabe que la salud de decenas de familias depende de esas decisiones que se toman en los despachos.

Damián, por su parte, se muestra agotado. Intenta mantener la calma y, con un aire de resignación, le pide a su hija que no se preocupe por ese asunto. Le asegura que él se encargará, que es mejor que ella se concentre en el lanzamiento del primer perfume del aniversario de la banda de la reina, un proyecto que para él significa mucho más que un simple producto: es una carta de presentación, un símbolo de poder y de prestigio.

Las palabras de Damián suenan como un intento de tranquilizar, pero en realidad reflejan algo muy distinto: la enorme presión que siente encima. No solo debe proteger a su familia de un fugitivo impredecible como Santiago, sino también lidiar con una bomba de tiempo dentro de la fábrica. Y mientras tanto, debe mantener la fachada de director implacable que nunca titubea, aunque por dentro esté a punto de quebrarse.

La charla entre padre e hija se convierte en un espejo de las contradicciones que ambos cargan. Marta representa la empatía, la voz que clama por la seguridad de los trabajadores y por la calma en medio del caos. Damián, en cambio, refleja la dureza de quien sabe que los secretos, las omisiones y las decisiones mal tomadas pueden terminar hundiéndolo todo.

Cada palabra que pronuncian revela algo más profundo: la desconfianza que late en la familia, la fragilidad de la fábrica y la sombra amenazante de Santiago. El ambiente se impregna de un silencio pesado, de esos que dejan claro que lo peor aún está por llegar.

La escena concluye con Marta aceptando centrarse en el perfume, aunque en su interior persiste una sensación amarga: la de saber que su padre le oculta más de lo que confiesa. Damián, por su parte, queda atrapado en una paradoja imposible: proteger a su familia y mantener en pie un imperio construido sobre cimientos que podrían desmoronarse en cualquier momento.

Y así, con esa despedida fría y distante, lo que parecía una simple conversación se convierte en un aviso: los secretos están a punto de explotar, y ni Damián ni Marta serán capaces de escapar de las consecuencias.