⚠ Spoiler: “Viejas deudas y amenazas nuevas” – El duelo entre Pedro y Damián revela heridas profundas y un chantaje calculado
En esta escena intensa y decisiva, Pedro y Damián se enfrentan en una conversación que más que diálogo es un duelo verbal. Lo que comienza como un intercambio tenso entre dos hombres con un largo historial compartido, pronto se transforma en una revelación de secretos, resentimientos y amenazas que podrían cambiarlo todo. La tensión es evidente desde el primer momento, cuando Damián, con tono burlón y mordaz, acusa a Pedro de tomar decisiones unilaterales, especialmente en lo relacionado con la contratación del personal del laboratorio, como si este se sintiera con autoridad absoluta para actuar sin consultar a nadie.
Con una actitud provocadora, Damián lanza una bomba: le señala a Pedro que ni siquiera se dio cuenta de que la nueva empleada es la hija de Irene, una figura clave en el pasado de ambos. La insinuación no es casual, y el comentario despierta de inmediato la reacción de Pedro, quien visiblemente afectado le reclama con furia por haber hurgado en la vida de Irene, algo que claramente le había pedido que no hiciera. Lo ve como una traición directa, un traspaso de límites personales inaceptable.
Damián, lejos de disculparse, justifica su intromisión diciendo que necesitaba conocer todos los aspectos de la vida de Pedro, incluidos aquellos que prefería mantener enterrados. Con un cinismo cada vez más evidente, no oculta que su interés por Irene y su hija es una pieza más en su juego de poder. Pedro, indignado, lanza una amenaza directa, pero Damián, sin perder la compostura, lo desafía: ¿qué podría hacer Pedro si realmente intentara quitarlo de en medio? Se establece así un clima de amenaza mutua, con la historia compartida entre ambos funcionando como un campo minado listo para estallar.
La conversación escala cuando Pedro lo llama malnacido. Damián, lejos de ofenderse, responde con ironía evocando una época en la que aún eran cercanos, recordándole sus partidas de ajedrez, una alusión simbólica que deja ver que esta conversación no es un simple cruce de palabras, sino una jugada más en una partida larga de rivalidad, poder y traición. No es solo una pelea del presente; es la continuación de una enemistad envenenada por viejas heridas.
El verdadero centro de la conversación, sin embargo, se revela cuando Pedro exige saber por qué Damián trajo a la hija de Irene al laboratorio. Damián afirma que lo hace por Irene, para permitirle cerrar una etapa dolorosa de su vida con un reencuentro que él considera necesario. Pero rápidamente ese argumento se torna cruel. Damián lanza una advertencia disfrazada de reflexión: esa felicidad momentánea de Irene se verá destruida cuando se entere de que Pedro siempre supo dónde estaba su hija y que, peor aún, se lo ocultó deliberadamente.
Pedro intenta defenderse. Asegura que no hizo más que buscarle un buen hogar a la niña, que actuó movido por el deseo de protegerla y darle una vida digna. Pero Damián da un giro aún más retorcido: insinúa que Pedro no solo fue parte de la separación, sino que fue él quien entregó a la niña en adopción. Aunque Pedro lo niega con vehemencia, Damián tiene un as bajo la manga: amenaza con localizar a José Gutiérrez, testigo o cómplice de aquella decisión, para que le cuente toda la verdad a Irene.
A medida que se aclara el panorama, queda expuesto el objetivo real de Damián: chantajear a Pedro para recuperar el control de su empresa. Con una frialdad calculada, pone sobre la mesa no solo el pasado, sino el futuro de ambos. Si Pedro no accede a cederle el control, Damián promete hacerle daño, incluso a su hermana, involucrando a inocentes en un conflicto que ya ha cruzado todas las líneas morales.

Pedro, firme y desafiante, le responde con dignidad. Le dice que hizo lo que creyó correcto y que, aunque las decisiones hayan sido duras, no se arrepiente de haber priorizado el bienestar de la niña. No piensa entregar su empresa, ni dejarse vencer por las manipulaciones de alguien que ya no oculta su verdadera naturaleza.
La conversación termina con Damián presionando con más fuerza, pero Pedro permanece inquebrantable. Hay algo más profundo que lo sostiene: la convicción de que, aunque Damián revele la verdad y lo exponga, también quedará al desnudo su propia maldad. Porque lo que está en juego no es solo una empresa o un secreto del pasado, sino la lucha entre dos hombres que conocen demasiado bien sus debilidades, sus errores y sus fantasmas.
La escena cierra con un aire sofocante, como si después del enfrentamiento quedaran abiertas demasiadas heridas. Damián se retira sin haber logrado su objetivo inmediato, pero con la seguridad de que ha sembrado una semilla que podría crecer en cualquier momento. Pedro, por su parte, queda solo, enfrentando no solo una amenaza concreta, sino el peso de sus propias decisiones pasadas, consciente de que el silencio ya no será una opción y de que el pasado, por más enterrado que parezca, siempre vuelve… y esta vez, en manos de su peor enemigo.