La conversación entre Pedro e Irene
Una verdad que divide para siempre…
Este capítulo nos regala uno de los enfrentamientos más intensos entre hermanos. Pedro e Irene se enfrentan en una conversación cargada de tensión, reproches y verdades a medias, donde salen a flote las heridas del pasado y la frágil confianza que aún intentan mantener.
Todo comienza con Pedro, visiblemente satisfecho, compartiendo con Irene los placeres de su última jornada: algunas compras que ha hecho y una comida especial. Pero lo que él cree que será un momento de cercanía se convierte en el inicio de una tormenta. Como parte de su gesto, le entrega a Irene un regalo que, lejos de agradarla, enciende sus sospechas: una botella del mismo coñac que utilizaron en el pasado para manipular a Joaquín y hacerle creer que estaba ebrio.
Irene, lejos de sentirse halagada, detecta una segunda intención en ese obsequio. Aunque Pedro intenta minimizar el asunto, ella no tarda en poner sobre la mesa una revelación incómoda: Joaquín ha comenzado a hacer preguntas. Quiere saber más sobre aquel episodio del coñac, y aunque Irene trata de parecer tranquila, hay una tensión evidente en su voz.
Pedro, inquieto, le pregunta si cree que Joaquín ya sospecha de él. Irene lo calma en apariencia, diciendo que no cree que haya llegado tan lejos… pero enseguida deja claro que su silencio solo responde a una razón: protegerse a sí misma. En una confesión desgarradora, admite que fue ella quien adulteró la copa de Joaquín. Lo hizo para salvar su pellejo, y es algo que jamás podrá perdonarse.
El impacto en Pedro es inmediato. Aterrorizado ante la posibilidad de que esa verdad salga a la luz, le suplica que nunca se lo diga a Joaquín, porque eso significaría el fin de todo para ambos. Pero Irene ya no está en el lugar de sumisión que ocupaba antes. Con amargura, le lanza una dura crítica: le resulta irónico que Joaquín todavía confíe en Pedro, pensando ingenuamente que este le devolverá el control de la empresa. Lo llama “iluso”, y sus palabras cortan como cuchillas.
Pedro intenta frenar la conversación, pero Irene continúa. Él asegura que, a pesar de todo lo ocurrido entre ellos, siempre ha actuado por su bien. Incluso, le confiesa que le ocultó el paradero de su hija para protegerla. Sin embargo, esa justificación no tiene ningún peso para Irene. Ya no le cree. Duda de cada palabra, de cada acción, de cada intención. Para ella, Pedro ha cruzado demasiadas líneas.
Con una mirada firme, Irene le advierte que, si sigue traicionando a quienes lo rodean, acabará completamente solo. No se trata solo de negocios ni de planes oscuros; se trata de vínculos rotos, de relaciones que no soportan más engaños.
El enfrentamiento alcanza su punto más alto cuando Irene, con una mezcla de determinación y cansancio, lanza una amenaza definitiva: si Pedro no logra convencer a Joaquín de que aún puede confiar en él, no solo perderá la dirección de la empresa. También perderá para siempre a Digna, la única persona que aún cree en él, la única capaz de tenderle una mano.
Esta escena marca un punto de no retorno. La relación entre los hermanos se quiebra de forma irreparable. Irene, después de tanto tiempo siendo cómplice silenciosa de Pedro, finalmente da un paso al frente y se niega a seguir cubriendo sus manipulaciones. Ya no será su escudo ni su cómplice. Ha llegado el momento de pagar las consecuencias.
Lo que parecía un simple intercambio familiar se convierte en un campo de batalla emocional. Las máscaras caen, y cada palabra que se dicen deja cicatrices. Irene ha dejado claro que la lealtad ya no es sinónimo de sumisión. Pedro, por su parte, empieza a entender —aunque tarde— que su poder no podrá sostenerse si quienes lo rodean dejan de creer en él.
Este enfrentamiento no solo expone las grietas internas de una relación de sangre. También pone en juego el futuro de la empresa, de Digna, de Joaquín… y del propio Pedro, que ahora se encuentra más aislado que nunca. Con cada palabra, con cada acusación, se dibuja el mapa de un conflicto que amenaza con estallar y arrastrarlo todo.
