Spoiler: Marta y Pelayo — Secretos revelados, ambiciones políticas y una nueva esperanza
Marta entró en la sala con paso firme, sabiendo que lo que estaba a punto de contar no era cualquier cosa. Allí estaba Pelayo, sentado solo en el sofá, la mirada perdida sobre la pantalla de su tablet. Parecía concentrado, pero al verla acercarse, levantó la vista con una mezcla de curiosidad y aprehensión.
Con tono sereno pero cargado de seriedad, Marta se sentó junto a él. “Te estaba buscando”, dijo, dejando claro que no era una visita casual. Había recibido una llamada que lo cambiaría todo. Le explicó que había hablado con la esposa de Miguel Ángel Vaca, y que esta, en un acto desesperado o quizás valiente, le confesó que su marido había mantenido una relación secreta en Madrid, y que de esa historia había nacido una hija que nadie conocía.
Pelayo se quedó en silencio, procesando la noticia. Lo que Marta le revelaba no era una simple anécdota privada, era un escándalo en potencia. Y de hecho, ya no era secreto. Los medios se habían hecho eco de la historia, y la intimidad de Miguel Ángel estaba ahora expuesta al escrutinio público.
Pelayo bajó lentamente su tablet. Él ya había leído parte de la información, pero no tenía confirmación. Escucharla ahora de boca de Marta le daba una dimensión completamente distinta. La noticia ya no era un simple rumor; era una verdad incómoda que se abría paso en medio de la política, donde las debilidades personales se convierten en armas.
Ambos compartieron una expresión de asombro y decepción. Siempre habían considerado a Miguel Ángel como un hombre de principios, alguien firme y bien preparado para asumir un cargo tan exigente como gobernador civil. Pero este escándalo podía arruinarlo todo. La figura respetada que él representaba se tambaleaba bajo el peso de una vida doble que ahora salía a la luz.
Pero Marta no se quedó atrapada en la conmoción. Su instinto político reaccionó más rápido. Le dijo a Pelayo que, dadas las circunstancias, su candidatura volvía a tomar fuerza. El escándalo de Miguel Ángel despejaba un camino que antes parecía bloqueado. Pelayo asintió con lentitud. Todavía le costaba asimilar todo, pero las implicaciones eran evidentes. Mencionó que debería llamar a Miguel Ángel, hablar con él personalmente. Quizás había una explicación.
Entonces, Marta lanzó una hipótesis audaz, casi conspirativa: ¿Y si Miguel Ángel había permitido que todo esto se hiciera público? Quizás no estuvo de acuerdo con que Francisco Cárdenas fuera el candidato elegido, y esta era su manera de apartarse de la contienda sin enfrentarse directamente al sistema. Tal vez, en un gesto de rebeldía o justicia, había querido allanar el camino para Pelayo.

Pelayo se mostró escéptico. No reconocía en esa idea al hombre que él conocía. Pero Marta no se retractó. Le recordó que Miguel Ángel tenía amistades muy influyentes en la prensa, y que a veces, en política, se toman decisiones difíciles sin dejar huellas. “Mantener los principios es difícil cuando uno tiene el poder para eliminar obstáculos con solo una llamada”, dijo con frialdad, haciendo que Pelayo bajara la mirada, pensativo.
Aunque la idea seguía pareciéndole improbable, Pelayo no podía evitar contemplar la posibilidad. Tal vez no había sido un accidente, sino una jugada deliberada en el tablero político. Quizás alguien más, un enemigo de Cárdenas o alguien con viejas cuentas pendientes, había filtrado la información. En ese mundo, las traiciones venían disfrazadas de lealtades.
Fue entonces cuando Marta adoptó un tono más grave. Le habló con firmeza, como alguien que sabe lo que significa ascender en una estructura donde las lealtades son frágiles. Si Pelayo llegaba al cargo de gobernador civil, tendría que estar preparado para la traición. Muchos fingirían ser aliados, pero bastaría una decepción para convertirlos en enemigos implacables. La política no perdona a los ingenuos.
La tensión flotaba en el aire, pero Pelayo decidió aliviar el momento con un cambio de tema. Con una leve sonrisa, le dio una noticia especial. Ya había comprado los billetes para Londres. El hotel estaba reservado, y la cita para el tratamiento de fertilidad estaba agendada para el próximo miércoles. Marta lo miró sorprendida. No sabía que él ya había hecho todos esos arreglos.
“¿Estás nerviosa?”, preguntó él, con una mirada dulce. Marta asintió. Sí, lo estaba. Tenía miedo, porque lo que iban a hacer no era solo un tratamiento médico, era un paso que transformaría sus vidas por completo. Iban a buscar un hijo, a formar una familia. Y aunque el deseo era fuerte, también lo era la ansiedad.
La escena terminó en un abrazo silencioso, tierno, cargado de emoción contenida. Ambos se aferraron al otro, no solo por el cariño, sino por la certeza de que se aproximaba una nueva etapa. Una etapa en la que las decisiones personales y las ambiciones políticas caminarían juntas, empujadas por la esperanza, pero también vigiladas por la desconfianza que el mundo que los rodea exige.
Marta y Pelayo saben que el camino que tienen por delante será exigente, lleno de desafíos públicos y privados. Pero por ahora, en medio de la incertidumbre y la posibilidad de un futuro distinto, el amor, la lealtad y los sueños compartidos parecen ser suficientes para seguir avanzando.