⚠️ Spoiler: “El olvido imperdonable – Fina también cuenta” ⚠️
En un capítulo cargado de ironía, emociones soterradas y verdades no dichas, comienza la jornada con Pelayo y Marta descendiendo juntos por las escaleras, listos para el desayuno y para ultimar detalles antes de su esperado viaje a Londres. Pelayo, con su habitual sentido del orden, comenta con satisfacción que ya tiene su maleta preparada porque detesta hacer las cosas con prisas. Marta le responde que también tiene todo listo, aunque todavía necesita pasar por la fábrica para resolver algunos asuntos pendientes. Él se ofrece a ayudarle con el equipaje cuando esté lista, y ella, con tono práctico, le recuerda que no olvide empacar ropa de lluvia. Pelayo le asegura que ya lo ha hecho.
La escena, aparentemente cotidiana, se llena de matices cuando Damián se une a la conversación. Con su tono algo condescendiente, resta importancia a los preparativos, asegurando que lo esencial no está en la maleta, sino en el paso que están a punto de dar. Habla con entusiasmo de lo que ese viaje significa: mucho más que un procedimiento médico, lo considera un acto para preservar el linaje familiar. Marta, que hasta ahora había mantenido un tono diplomático, no puede evitar lanzar una advertencia: no deberían adelantarse a los hechos. El tratamiento no garantiza el éxito inmediato y podría requerir varios intentos. Pelayo, intentando aligerar el ambiente, bromea con que está siendo aguafiestas, pero le da la razón a Damián: tiene derecho a ilusionarse.
Sin embargo, Damián insiste. Para él, esto trasciende lo médico. Está convencido de que están asegurando el futuro de los apellidos Reina y Olivares, y Marta empieza a sentirse incómoda. Con tono burlón, le lanza un comentario afilado: con tanta solemnidad, parece que ella no es más que una herramienta para perpetuar una estirpe. Damián se muestra sorprendido, quizás porque no esperaba ese nivel de franqueza. Marta, sin perder la compostura, dice que está feliz de colaborar con la continuidad de las familias, aunque deja en claro, con una sonrisa a medias, que no ignora la carga que eso conlleva.
Ya en la mesa del desayuno, el ambiente se vuelve más tenso. Damián, en su visión casi idealizada de la situación, asegura que el hijo que tengan traerá felicidad y que todo lo demás quedará atrás: dudas, temores, inseguridades. Ve a Marta y Pelayo como una pareja perfecta, predestinada a construir una familia ejemplar. Pero justo cuando la conversación parece adquirir un tono definitivo, Marta lo interrumpe con suavidad. Le recuerda que hay alguien a quien todos están olvidando: Fina.
La mención de Fina cambia el tono por completo. Marta subraya que este viaje será el único momento del proceso en el que Fina no estará presente físicamente, pero que su ausencia no significa olvido. Es un mensaje sutil, pero contundente. Deja claro que Fina no es una figura secundaria, ni una espectadora en silencio. Ella es parte activa de esta historia, del presente y del futuro de Marta. Y ese hijo que desean tener no será solo una extensión del linaje Reina-Olivares, sino también de su vida con Fina.
La frase golpea con fuerza a los presentes, especialmente a Damián, que parece haber construido un relato propio en el que Fina no encaja. Marta, sin levantar la voz, le recuerda que el amor no siempre sigue las normas tradicionales, y que si bien entiende la importancia del legado, también sabe quién ha estado verdaderamente a su lado.
Este momento deja en evidencia un conflicto de fondo: la diferencia entre el proyecto de vida que otros quieren imponerle a Marta y el que ella, con esfuerzo, está tratando de construir con Fina. El viaje a Londres, el procedimiento médico, el sueño de un hijo, todo está teñido de múltiples capas emocionales. No es solo una cuestión de biología o de estirpe: es también un acto de amor, de compromiso y de fidelidad a una verdad íntima que Marta se niega a traicionar.
Pelayo guarda silencio, pero en su mirada se percibe una mezcla de comprensión y resignación. Quizás empieza a entender que no todo lo que han planeado podrá mantenerse dentro de los márgenes que él deseaba. Damián, en cambio, parece descolocado, como si recién se diera cuenta de que su visión tradicional de la familia está en conflicto con lo que Marta realmente desea y defiende.
Este desayuno se convierte así en una declaración: Fina no es un detalle olvidable, ni un capítulo cerrado. Su presencia —aunque silenciosa en ese momento— lo impregna todo. Marta no permitirá que su historia sea reescrita por otros. Sabe lo que quiere, sabe a quién ama y, aunque el camino no sea fácil, está decidida a no renunciar a su verdad por el peso de los apellidos ni por la presión de los que aún piensan que el amor solo tiene una forma aceptable.
El viaje comienza, pero no solo será hacia Londres. Será también un viaje interno, un desafío entre lo que se espera de ella y lo que realmente siente. Y lo que está en juego ya no es solo un hijo, sino la posibilidad de vivir sin tener que pedir permiso por amar a quien ama.