Spoiler: La verdad sobre Damián comienza a salir a la luz
El día comenzaba en la fábrica como cualquier otro, pero bastaron unos pocos pasos para que la tensión se hiciera presente. Damián, caminando por los pasillos con su habitual aire de control, se cruzó con Remedios. Ella, con cortesía, le dirigió un saludo cordial. Pero lejos de responder con la misma amabilidad, Damián soltó un comentario seco y áspero, acusándola con desdén de casi atropellarlo. Fue una respuesta innecesaria que denotaba claramente que no se encontraba de buen humor, dejando a Remedios visiblemente incómoda. Ese simple encuentro marcó el tono de lo que sería un día especialmente denso.
Poco después, apareció Luis, con semblante serio, el paso firme y la mirada decidida. No venía a hablar de trabajo. No más evasivas ni silencios. Llevaba demasiado tiempo acumulando preguntas sin respuesta, sospechas que ahora se convertían en certezas. Damián, al verlo, mantuvo su actitud defensiva y algo desafiante, preguntándole si acaso lo iba a interrogar otra vez. Luis, con tono contenido, aclaró que solo quería hablar con él, mencionando que el día anterior ya lo había estado buscando sin éxito.
Sin perder más tiempo, Luis soltó la bomba: ya sabía la verdad. Sabía que Irene era la madre biológica de Cristina. No lo dijo en forma de pregunta, sino como una afirmación rotunda. El silencio que siguió fue espeso. Damián no mostró sorpresa alguna. Muy por el contrario, con una frialdad casi calculada, admitió que ya se lo imaginaba. Esa respuesta, lejos de calmar los ánimos, encendió aún más el enojo de Luis. No era la reacción que esperaba ni la que, tal vez, cualquier persona en una situación así mostraría. Para Luis, esa frialdad era una prueba más de que Damián no estaba actuando por justicia, sino por motivos mucho más oscuros.
Luis lo encaró con dureza. Le reprochó abiertamente que estaba manipulando a Cristina, utilizándola como peón en una batalla personal contra Pedro. Le dejó claro que no creía ni por un segundo que lo moviera un interés genuino por la verdad o por el bienestar de los involucrados. Según él, todo lo que Damián había hecho formaba parte de un plan egoísta y calculado, nacido de un profundo rencor hacia el patriarca de los Reina.
Damián, intentando mantener su compostura, trató de argumentar que sus intenciones podían ser interpretadas de distintas maneras, pero que en ningún caso buscaba causar daño deliberadamente. Sin embargo, sus palabras no lograron convencer a Luis, quien, con voz firme y una mezcla de rabia y tristeza, le hizo ver que, intencional o no, el daño ya estaba hecho. Le recordó que no había sido llamado a intervenir en ese asunto, que nadie le pidió involucrarse, y que su intervención había trastocado por completo las vidas de tres personas: la suya, la de Irene y, sobre todo, la de Cristina.
Luis no hablaba desde el rencor, sino desde la decepción de ver cómo alguien había jugado con sentimientos tan delicados. Para él, Damián se había puesto en el centro de una historia que no le pertenecía, alterando un equilibrio ya frágil y exponiendo heridas que aún no estaban listas para ser reveladas.
Y en ese preciso instante, como si el destino quisiera subrayar la gravedad del momento, apareció Cristina. La tensión en el ambiente se volvió insoportable. Su sola presencia cambió el tono de la discusión. Ambos hombres callaron, conscientes de que cualquier palabra en ese momento podía tener consecuencias.
Luis, al verla, decidió cortar la conversación de inmediato. No quería que Cristina presenciara una confrontación tan cargada. Pero tampoco quiso dejar el asunto sin resolver. Miró a Damián y le dijo que lo esperaría más tarde en el invernadero, donde podrían terminar lo que habían empezado, en un lugar más privado. Con ese gesto, le dejó claro que aquella conversación aún no había terminado.
Cristina, sin saber exactamente lo que había interrumpido, notó el ambiente extraño, las miradas evitadas y el peso de las palabras que no llegaron a pronunciarse. Su intuición le decía que algo importante estaba pasando, y aunque aún no tenía todas las piezas del rompecabezas, la inquietud ya se había instalado en su interior.
Damián quedó en el pasillo, solo, con el eco de las acusaciones de Luis retumbando en su mente. Ya no podía ocultarse detrás de excusas o medias verdades. El velo comenzaba a levantarse, y sus verdaderas motivaciones estaban quedando expuestas ante todos. Lo que parecía un plan noble y valiente empezaba a desmoronarse, revelando grietas que muchos ya sospechaban, pero que ahora eran imposibles de ignorar.
Así, con esa escena cargada de emociones contenidas, comienza a escribirse un nuevo capítulo en esta historia donde las lealtades se tambalean, las verdades hieren y los secretos del pasado amenazan con desestabilizarlo todo. Las máscaras empiezan a caer, y Damián se ve acorralado por sus propias decisiones, enfrentando las consecuencias de jugar con la vida de otros como si fueran piezas de ajedrez.