Título: María se aferra al pasado y busca reconstruir su amor con Andrés
Un momento cargado de emoción y recuerdos marca el reencuentro entre María y Andrés, una pareja rota por el tiempo y el dolor, pero unida aún por los vestigios de un amor profundo. Esta escena no solo reabre heridas, sino que también revela la vulnerabilidad de dos personas que, pese a todo, aún se importan.
Todo comienza con una conversación aparentemente casual sobre una salida a caballo entre Andrés y Julia, la hija de Jesús. Andrés, con una mezcla de entusiasmo y ternura, le cuenta a María que la niña disfrutó mucho el paseo. Aunque fue largo, Julia no se quejó y terminó encantada al conocer a un potrillo recién nacido, incluso dándole de comer. María, aunque dolida por no haber podido unirse por su estado físico, se alegra sinceramente por la experiencia vivida por ellos. Afirma que Julia será toda una amazona, comentario que Andrés refuerza con cierta melancolía al recordar que su padre, Jesús, no podrá verla crecer.
En ese momento, María, con intención de acercarse más emocionalmente, le dice a Andrés que, aunque Julia no tenga a su padre, la tiene a ella, quien se preocupa por ella de verdad. Andrés, tocado por la sinceridad de María, reconoce lo importante que es para él pasar tiempo con la niña. Afirma que la echaba de menos y que momentos así le hacen bien.
Este clima de calidez le permite a María dar un paso más hacia una conversación más íntima. Cambia el tema, evocando un recuerdo que lleva grabado en el corazón: una antigua excursión a caballo que hicieron juntos al río Ara. Describe ese día como precioso, a pesar de haberse perdido y que les cayera la noche. Pero lo que más destaca es la sensación de seguridad que le transmitía Andrés. Recuerda cómo él miraba las estrellas para guiarlos y cómo eso la hizo sentirse protegida, cuidada, amada. “No sabes cómo lo echo de menos”, le dice con una voz temblorosa.
Andrés se mantiene en silencio por un momento, pero luego admite que, efectivamente, en esa época era más feliz. Su respuesta es honesta, sin exageraciones ni falsas esperanzas, pero deja entrever que aún guarda algo de nostalgia por aquellos días. María, al ver que no es la única que recuerda con cariño esos momentos, aprovecha la oportunidad: “Andrés, esos días podrían volver”.
La esperanza brilla en los ojos de María, pero Andrés rápidamente la apaga con una frase lapidaria: “No creo que sea posible”. María, desconcertada, le pregunta por qué. Y Andrés no tarda en responder con una brutal sinceridad: “María, lo sabes, nos hemos hecho mucho daño los dos. Y eso no se puede olvidar”.
La declaración de Andrés refleja una herida que sigue abierta. A pesar de los buenos momentos que compartieron, el dolor acumulado entre ellos pesa demasiado. Pero María no se rinde. Se aferra a la esperanza, al deseo de que el amor puede redimir el daño. “Yo podría olvidarlo todo si tú me ayudas. Estoy segura de que podría”, le dice. Su voz es firme, pero vulnerable, cargada de anhelo.
La escena no llega a una resolución clara. María pregunta cómo puede ayudar, esperando una señal, una puerta abierta. Pero la conversación se corta. María decide retirarse con la excusa de ir a leer, mientras Andrés se queda atrás, inmóvil, procesando lo que acaba de vivir. El silencio entre ambos lo dice todo: hay sentimientos no resueltos, palabras no dichas, heridas que aún supuran.
Este encuentro entre María y Andrés es un reflejo desgarrador de lo que significa amar después del dolor. María representa la esperanza, el deseo de reconstrucción, la valentía de volver a mirar el pasado sin miedo. Andrés, en cambio, encarna la cautela, el miedo a repetir errores, la protección frente al sufrimiento. No se trata de una simple conversación entre ex amantes, sino de un cruce emocional entre lo que fue y lo que tal vez podría volver a ser.
La tensión emocional del momento se sostiene en cada mirada, cada pausa, cada palabra cuidadosamente pronunciada. María no busca solo recuperar una relación, sino también una parte de sí misma que se quedó en aquel río, bajo las estrellas. Andrés, por su parte, lucha contra su propio corazón, entre la tentación del recuerdo y la prudencia del presente.
Esta escena es crucial no solo para comprender la historia entre ellos, sino para visualizar la fragilidad del amor cuando ha sido atravesado por el sufrimiento. La frase “yo podría olvidarlo todo si tú me ayudas” sintetiza el deseo de perdón, de renacimiento, de apostar una vez más por lo que una vez los hizo felices. Pero no basta con el deseo de uno solo. Y por ahora, Andrés no está preparado.
Aunque la escena concluye con ambos separados físicamente, emocionalmente han quedado más expuestos que nunca. El espectador entiende que algo se ha removido en Andrés, que las palabras de María no cayeron en saco roto. El futuro es incierto, pero la semilla de la reconciliación ha sido plantada. Ahora queda ver si florecerá… o se marchitará ante el peso de los errores pasados.