Spoiler: Gaspar llegó con un paso lento, enfrentando una verdad dolorosa con Manuela
Gaspar se acercó despacio, casi como si quisiera alargar ese instante antes de enfrentar lo que sabía que tenía que decir. En su mirada se mezclaban la esperanza y la tristeza, buscando en Manuela una señal que le indicara que todo podría salir bien. Se detuvo frente a ella, con la voz cargada de emoción, y le confesó: “Manuela, necesitamos hablar. Hay algo que llevo tiempo queriendo decirte y ya no puedo esperar más.”
Manuela lo miró con ojos vidriosos, cargando el peso de esa conversación que ambos habían evitado durante semanas. Respiró hondo y, con la voz temblorosa, comenzó a hablar: “Gaspar, por favor entiende que esto me duele tanto como a ti. Nunca quise lastimarte ni romper lo que hemos construido, pero siento que debo ser honesta contigo porque mereces la verdad, aunque duela.”
Gaspar asintió lentamente, con una expresión de resignación y tristeza, y contestó en voz baja: “Lo sé, lo había intuido hace tiempo, pero igual duele escucharlo de tu boca.”
Manuela tomó aire para armarse de valor y siguió explicando: “Nos hemos acercado mucho en estos meses, y yo misma empecé a sentir algo fuerte, un cariño profundo hacia ti. Me ilusioné pensando que esto podía ser algo real y duradero, pero la verdad es que he descubierto que no siento la pasión necesaria para dar un paso tan importante como el matrimonio. Y debería haberte dicho esto mucho antes.”
Gaspar la miró con incredulidad y dolor, intentando comprender del todo sus palabras. Con la voz quebrada por la confusión, preguntó: “¿Quieres decir que ese cariño que sentías por mí no era verdadero?”
Manuela negó con fuerza, intentando aclarar que no era así: “No me malinterpretes, te quiero, Gaspar. Te quiero de verdad y nunca dudé de eso. Pero hay una gran diferencia entre querer y sentir esa llama, esa pasión que mueve todo cuando decides compartir tu vida con alguien. Yo sentí esa pasión cuando me casé con mi esposo, y ahora no la siento contigo.”
La frase quedó suspendida entre ellos. Gaspar entendió al instante a qué se refería y con profunda tristeza respondió: “Claro, para que dos personas se unan en matrimonio tienen que existir esas mariposas, esa pasión que hace que todo tenga sentido.”
Bajó la mirada y confesó con voz entrecortada: “Yo te quiero con toda mi alma, Manuela. Esperaba que esas mariposas despertaran también en mí, que el amor creciera y se hiciera fuerte, pero siento que eso no ha pasado.”
Manuela sintió un peso en el pecho y bajó la mirada, culpándose: “En lugar de despertarlas, creo que las he alejado, y eso me duele muchísimo.”
Gaspar le tomó la mano con ternura y suavidad: “No digas eso. Quizá fui yo quien se apresuró, o quizás tú no estabas lista para algo tan serio. Pero los días que pasé contigo fueron los más felices de mi vida.”

Manuela respondió con sinceridad, sus ojos brillaban con tristeza y cariño: “Yo también disfruté cada momento a tu lado.”
Pero Gaspar añadió con pesar: “Aunque esos momentos fueron maravillosos, la realidad es que no es suficiente para construir una vida juntos.”
Ella asintió, con la voz quebrada por la verdad: “No, para casarse no basta con quererse o estar a gusto.”
Aferrándose a una última esperanza, Gaspar le pidió que no lo abandonara tan rápido: “Por favor, dame una oportunidad más. Déjame intentarlo de nuevo. Que el tiempo decida si esto puede funcionar.”
Pero Manuela, con la mirada fija y la voz firme, le explicó la cruda realidad: “¿De verdad crees que puedo hacer un esfuerzo para estar contigo? El amor no es una obligación, Gaspar. Así no funciona.”
Gaspar bajó la cabeza, aceptando con dolor la decisión que ella había tomado: “Sé que te quiero con toda mi alma, y perdóname, porque pensé que ese amor era mutuo y verdadero.”
Manuela suspiró con lágrimas asomando en sus ojos: “¿Cómo podría ser de otra manera?” dijo con tristeza. “Pero creo que lo mejor para los dos es que esto termine aquí.”
Sus lágrimas rodaron libremente mientras se disculpaba una y otra vez: “Lo siento mucho, Gaspar. Por favor, perdóname por todo.”
Él la miró con nobleza y cariño a pesar del dolor que sentía: “No tienes nada que perdonarme. Gracias a ti he sido más feliz de lo que imaginé en estos meses.”
Se despidieron con un adiós lleno de melancolía, conscientes de que su amor fue sincero, pero no suficiente para unirlos para siempre. La honestidad y el respeto quedaron como testigos de lo que pudo haber sido, pero no fue.