Título: Una ayuda envenenada: la trampa oculta de Gabriel
Todo comenzó con una llamada que parecía inocente. Gabriel se dirigió a Remedios con una voz suave, amistosa, casi familiar, y le propuso verse para una charla. La cita tenía un aire de cortesía, pero detrás se escondía algo mucho más calculado. Cuando Remedios llegó, fue recibida por un Gabriel afable, sonriente, que le ofrecía confianza desde el primer instante. No perdió el tiempo en rodeos y pronto puso sobre la mesa el verdadero motivo de la conversación: el futuro profesional de su hija.
Con tono seguro y casi protector, Gabriel le habló sobre la posibilidad de que su hija montara su propio negocio en Francia. Explicó que había estado en contacto con colegas en ese país, y que conocía bien el sistema de ayudas disponibles para emprendedores. Sin embargo, también dejó claro que esas ventajas estaban, en su mayoría, reservadas a ciudadanos franceses. Fue entonces cuando introdujo la “solución”: asociarse con un ciudadano francés para facilitar el acceso a esos beneficios. Como si lo hubiera planeado todo meticulosamente, le entregó a Remedios una carpeta con documentos ya preparados, donde todo parecía organizado al detalle. “Los bancos no pondrán problemas”, aseguró. “Y en la administración sabrán cómo facilitar el proceso”.
Remedios, incrédula pero emocionada, apenas podía reaccionar. Estaba conmovida por el gesto, desconcertada por la generosidad inesperada. Con voz baja y sincera, le dijo que no sabía cómo agradecerle. Gabriel, con su característico aplomo, respondió con una sonrisa tranquilizadora: “No tienes que pagarme nada. Me alegra ayudarte”. A los ojos de Remedios, aquel hombre era un benefactor desinteresado, alguien que se había tomado la molestia de pensar en su familia sin esperar nada a cambio.
Sin embargo, mientras la conversación parecía llegar a su final y Remedios se preparaba para marcharse, ocurrió algo que ella no percibió, pero que el espectador sí. Con un gesto rápido y preciso, Gabriel aprovechó que estaban solos –pues Cristina no se encontraba presente en ese momento– y deslizó una pequeña muestra de perfume en el bolsillo del abrigo de Remedios. No necesitó mirarla, ni titubeó: fue un movimiento sutil, ejecutado con la frialdad de quien ha hecho algo similar más de una vez. Para Remedios, no pasó nada extraño. Se fue de allí sonriendo, convencida de haber encontrado un verdadero aliado, un amigo confiable, casi un salvador.
Pero el espectador sabe que nada fue lo que pareció. Ese frasco de perfume no era un regalo, ni un gesto amable. Era una pieza más en un juego que Gabriel dominaba con maestría. Una trampa cuidadosamente plantada, una prueba que, llegado el momento, podría volverse en contra de Remedios. Su aparente generosidad escondía una estrategia más oscura: sembrar la confianza para luego ejercer el control. Gabriel no solo quería ganarse a Remedios, quería tener una carta bajo la manga, un modo de manipularla si las circunstancias lo requerían.
Este episodio revela con claridad la verdadera naturaleza de Gabriel. Tras su fachada de hombre atento, servicial y comprometido, se oculta una mente calculadora, capaz de disfrazar sus intenciones bajo el velo de la amabilidad. No se trataba simplemente de ayudar: se trataba de tejer una red en la que Remedios quedara atrapada, agradecida, sin sospechar que cada paso había sido orquestado desde el principio. En lugar de ofrecerle libertad, Gabriel le tendió una soga disfrazada de oportunidad.
Mientras Remedios caminaba alejándose con el corazón liviano, creyendo que la vida le había tendido una mano generosa, lo que no sabía era que acababa de ser marcada. Ese pequeño frasco de perfume, tan inocente en apariencia, podía convertirse en el arma que, más adelante, la involucrara en un escándalo o una acusación. Gabriel sabía que en ciertos juegos, la anticipación es clave, y él se aseguraba de tener el control total del tablero.
Así, la escena termina con una imagen poderosa: Remedios alejándose agradecida, y Gabriel quedándose solo, con la misma sonrisa con la que empezó todo, sabiendo que ha dado un paso más en su plan. El espectador, en cambio, queda con la inquietud de saber hasta dónde está dispuesto a llegar, y cuánto más podrán resistir quienes, como Remedios, han caído en su red sin siquiera sospecharlo.
La máscara del benefactor ha funcionado… por ahora. Pero la sombra del engaño ya está sembrada.
