Spoiler: “Sobre Marta, sobre ti: cuando el talento se vuelve una responsabilidad”
Las luces del laboratorio se atenúan suavemente cuando Pelayo cruza la puerta. Entra con paso seguro y una expresión que mezcla respeto y curiosidad. Fina, sorprendida pero sonriente, lo recibe con calidez. Él no pierde tiempo: su mirada se desliza por las paredes cubiertas de fotografías, imágenes que retratan momentos detenidos en el tiempo con una sensibilidad única. Pelayo se detiene, las observa atentamente, y le pregunta si todas han sido tomadas por ella. Cuando Fina asiente, él le confiesa, sin disimulo, que está sinceramente impresionado. Su tono no es el de alguien que lanza un cumplido vacío, sino el de quien reconoce el valor de algo auténtico.
Fina, algo incómoda con los elogios, bromea y minimiza sus logros. Pero Pelayo no cede. Le dice que sabe lo que ve, y que lo que ha visto le ha dejado huella. Le cuenta que estuvo observando las fotos tomadas en la colonia y que, al verlas, sintió la necesidad de hablar con ella. Fina, aún creyendo que todo se trata de Marta, intenta anticiparse, pero Pelayo la interrumpe: “No quiero hablar de Marta. Quiero hablar de ti”.
Con esa frase, la conversación da un giro inesperado. Pelayo se muestra más abierto de lo habitual. Le confiesa que la fotografía siempre ha sido más que una simple afición para él, que admira profundamente a maestros del oficio como Nicolás Müer o Català Roca, cuyas obras incluso colecciona. Dice con convicción que cree que, en el futuro, la fotografía competirá directamente con la pintura como medio artístico. Fina escucha, sorprendida. No está acostumbrada a ese nivel de aprecio por su trabajo, y mucho menos de parte de alguien como Pelayo.
Entonces, llega la verdadera razón de su visita: Pelayo le cuenta que una revista de tirada nacional quiere hacerle un reportaje fotográfico, un perfil humano ahora que está próximo a asumir como gobernador civil. Y no quiere posar solo. Quiere hacerlo acompañado de Marta. Desea proyectar una imagen de hombre cercano, familiar, alguien en quien el pueblo pueda confiar. Cuando la revista le preguntó si tenía un fotógrafo de confianza, no dudó. Pensó en Fina.
Fina queda perpleja. Le parece una propuesta enorme, una responsabilidad que le supera. Le pregunta si Marta está al tanto. Pelayo admite que no, que ella es la primera persona con la que ha hablado tras confirmar con la revista. Porque para él, lo más importante es que sea Fina quien se encargue del trabajo.
Ella intenta rechazar cortésmente. Le dice que quizás no es la persona adecuada, que deberían contratar a un fotógrafo profesional. Pero Pelayo insiste. No quiere algo rígido, artificial o preparado. Busca naturalidad, frescura, autenticidad. Y cree firmemente que solo Fina puede capturar eso. Ella se ríe, un poco nerviosa, y le dice que quizás no es muy inteligente apostar por la modernidad cuando se trata de política. Pero Pelayo lo tiene claro: quiere mostrar una imagen sincera, humana, con la que la gente pueda sentirse identificada.
Fina lo provoca amistosamente: le dice que ni él ni Marta parecen muy accesibles, que su linaje y posición se les nota desde lejos. Pelayo lo acepta con una sonrisa y le responde que precisamente por eso necesita su ayuda. Ella puede aportar ese toque humano que les falta. Con una mirada franca, Pelayo le dice que sería una verdadera pena que no aceptara. Fina reacciona rápido, le aclara que no es que no quiera, sino que no está segura de ser capaz.
Pero Pelayo insiste una vez más. Le recuerda que nadie los conoce mejor que ella. Que su cámara ha logrado ver lo que otros no ven. Y como si eso no bastara, le ofrece una compensación económica atractiva y una promesa: si a la revista le gustan sus fotos, podrían surgir nuevos encargos. Oportunidades. Fina guarda silencio. Empieza a pensar, no solo en la propuesta, sino en lo que representa. No es solo un trabajo. Es un reconocimiento. Es una invitación a usar su arte en un ámbito más grande, más influyente. Le dice que necesita tiempo para reflexionar.
Pelayo, seguro pero respetuoso, le responde que lo entiende. Que él está convencido de que sí es la persona adecuada, pero que la decisión es únicamente suya. Le agradece sinceramente por escucharle y se despide, dejándola sola en el laboratorio, rodeada de sus fotos y pensamientos.
Este encuentro, aparentemente informal, se convierte en un punto de inflexión en la vida de Fina. Durante mucho tiempo, su talento había sido algo íntimo, casi oculto, compartido solo entre amigos o en círculos pequeños. Pero ahora, una figura influyente, alguien del entorno de poder, ve en ella algo más. Pelayo no la busca solo por conveniencia política: cree genuinamente en su talento, en su capacidad para capturar algo real, algo verdadero.
Fina se queda sola, mirando sus propias fotografías, cuestionándose si estará lista para ese salto. Ya no es solo una joven con una cámara al cuello. Ahora le están pidiendo que use su mirada, su sensibilidad, para moldear la percepción pública de una figura política. Se enfrenta al vértigo de saberse observada, juzgada, valorada. Y también al desafío de decidir si quiere que su arte, su pasión, forme parte de un mundo tan expuesto y exigente.
Porque, en el fondo, este no es solo un reportaje. Es una declaración de confianza, una invitación a formar parte de algo más grande, pero también una prueba. Fina lo sabe. Y mientras el silencio del laboratorio la envuelve, comienza a comprender que el reconocimiento también puede ser una carga. Y que, quizás, lo más difícil de ser vista… es aceptar que uno merece serlo.