Pero daremos con él, no se preocupe
La tensión en la historia se intensifica con un giro que combina la incertidumbre de una investigación policial con el juego peligroso de las intrigas personales. La escena arranca con los guardias del cuartel tratando de transmitir seguridad a la familia, asegurando que tarde o temprano darán con el fugitivo. A pesar de que las autoridades se muestran firmes y recalcan que, en caso de notar algo sospechoso, deben comunicarse de inmediato con ellos, la sensación que queda en el ambiente es de impotencia. Nadie ha visto nada, nadie sabe nada, y la figura de ese hombre desaparecido parece haberse desvanecido como si la tierra lo hubiera tragado. La hipótesis más lógica es que ya se encuentre lejos, poniendo distancia para escapar de la captura, y eso no hace más que aumentar la frustración de los presentes.
En medio de esta tensión, se entrelazan las dinámicas internas de la familia. Tras despedir al sargento, la atención se centra en Manuela, encargada de acompañar al militar a la salida, lo que da pie a un nuevo intercambio cargado de sarcasmo y dobles intenciones entre María y Gabriel. Desde el primer instante, queda claro que ambos disfrutan de una especie de duelo verbal donde las mentiras y las medias verdades se convierten en armas. María no duda en burlarse de Gabriel, destacando con ironía la naturalidad con la que miente. Él, lejos de ofenderse, devuelve la estocada con calma, afirmando que viniendo de ella —una experta también en el arte del engaño— aquello más que una crítica es un halago.
Lo fascinante de este enfrentamiento es que ninguno de los dos cree una sola palabra del otro, pero al mismo tiempo, parecen complacerse en mantener viva esa dinámica de reto constante. Sus conversaciones, aunque teñidas de veneno, llevan un trasfondo de complicidad peligrosa: saben que no son aliados, pero tampoco enemigos comunes. Están unidos por un delicado equilibrio de intereses compartidos, aunque las metas de cada uno son radicalmente distintas.

La charla pronto se traslada a un terreno más estratégico: Gabriel revela su éxito en convencer a su amigo abogado para que represente a los trabajadores en un pleito contra la empresa. Según él, fue una tarea sencilla, porque a los abogados les encantan estos casos que obligan a las compañías a pagar sumas exorbitantes para silenciar a empleados incómodos. María entiende enseguida la magnitud de la jugada y lo acusa de buscar desangrar a la empresa hasta dejarla tambaleando. Gabriel no se molesta en disimular; admite con frialdad que ese es precisamente su objetivo. La noticia ha sacudido los cimientos de la poderosa familia dueña de la fábrica, afectando directamente a su propio tío y también a Andrés, el marido de María.
Es entonces cuando el tono de la conversación cambia. María, cansada del eterno juego de poder, se atreve a hablar de algo mucho más íntimo: su deseo de ser madre. Confiesa que había pensado en proponerle a Andrés la posibilidad de adoptar un niño, aunque reconoce que el momento es pésimo, con todos los problemas que giran en torno a la empresa y con su esposo distraído por completo. La confesión abre una grieta de vulnerabilidad en ella, pero Gabriel, fiel a su estilo, no tarda en usarlo en su contra. Con una sonrisa burlona, insinúa que tal vez Andrés ya sospechaba sus intenciones y huyó antes de que pudiera planteárselas.
El comentario molesta a María, quien se cuestiona por qué continúa soportando los juegos de Gabriel. Él, en cambio, no pierde ocasión de recordarle por qué lo hace: porque tiene el poder de enriquecerla a ella y a Julia, porque consiguió que Begoña dejara de acosar a Andrés y porque, al final de todo, será él quien quede en control absoluto. Su ambición no conoce límites y lo admite sin rubor alguno, como si hablara de una verdad inevitable.
María, sin embargo, no se deja vencer del todo. Le recuerda con fuerza que, más allá de sus juegos y ambiciones, ella mantiene intacto su deseo personal: convertirse en madre. Está convencida de que lo único que necesita es esperar el momento adecuado, uno en que Andrés no esté dominado por los problemas laborales y pueda escucharla con serenidad. Ese anhelo íntimo la humaniza, mostrando que, aunque se encuentre atrapada en un mundo de engaños y estrategias, todavía guarda un sueño sincero que no está dispuesto a negociar.

La respuesta de Gabriel, en cambio, es un jarro de agua fría. Con la misma frialdad con la que mueve todas sus piezas en el tablero, le asegura que si todo sale como lo ha planeado, ese momento de calma nunca llegará. La declaración es brutal: su plan no solo busca poder, sino también arrebatarle a María la oportunidad de alcanzar aquello que más desea.
El cierre de la escena deja claro que ambos están enredados en una telaraña de intrigas de la que no podrán salir ilesos. Gabriel avanza con paso firme hacia sus metas de dominio y control, mientras María se aferra desesperadamente a la ilusión de formar una familia. Lo paradójico es que, aunque sus caminos parecen irreconciliables, están atados por la necesidad de colaborar, de jugar a este peligroso tira y afloja que los mantiene cerca, incluso cuando saben que no pueden confiar el uno en el otro.
Este spoiler muestra cómo el guion se adentra en capas cada vez más profundas de manipulación, ambiciones ocultas y heridas personales. La investigación policial, que en apariencia debería ser el eje, se convierte en un telón de fondo frente a los verdaderos choques de poder que marcan el rumbo de los personajes. El espectador queda atrapado entre la promesa de justicia y el deleite de presenciar un juego de mentes brillantes y despiadadas.