MARTA AND FINA – Sueños de Libertad 382 (Ya extraño mucho a Fina. No puedo dejar de pensar en ella

Entonces, ¿dónde demonios se ha metido?

La escena arranca con una tensión que casi puede respirarse. La incertidumbre sobre el paradero de Santiago lo impregna todo. El miedo y la angustia llevan a que una pregunta retumbe como un eco imposible de acallar: “Entonces, ¿dónde demonios se ha metido?”. Los personajes se encuentran atrapados en una conversación donde la calma parece inalcanzable. Uno de ellos insiste en que debe serenarse, que dejarse llevar por los nervios solo lo conducirá a un error fatal. Sin embargo, esa tranquilidad resulta imposible cuando cada sombra parece una amenaza, cada movimiento puede delatar un secreto, y el recuerdo de lo que pasó en la casa de los montes regresa como un espectro difícil de apartar.

El diálogo toma fuerza cuando surge el temor de que la policía pueda conectar a Santiago con aquel lugar. Aunque parece improbable, la memoria de lo sucedido allí –el robo del diario, la sensación de vulnerabilidad– todavía pesa demasiado. La voz de la razón insiste en que son solo ellos quienes conocen ese detalle, que la policía no maneja tanta información y que es mejor mantener la compostura. Pero el miedo, más fuerte que cualquier argumento, amenaza con exponerlos. Al final, lo que queda claro es que el verdadero enemigo no es solo Santiago, sino la desesperación que podría llevarlos a cometer un error irreparable.

Avance del capítulo de 'Sueños de libertad': Fina pide perdón a Marta tras  darse cuenta de su error

La conversación da un giro hacia un intento de esperanza. Se asegura que todo esto pasará, que en cuestión de semanas la gente olvidará la huida de un preso y se convencerá de que ha huido al extranjero. La necesidad de cerrar el caso es urgente para las autoridades, que no desean cargar con la mancha de un error que sigue ocupando titulares. En ese resquicio de esperanza, uno de ellos intenta aferrarse a la idea de que pronto podrán respirar en paz. Sin embargo, el miedo vuelve a resurgir: ¿cómo estar tan seguros de eso?. La duda se clava como una espina, recordando que la libertad aún no está ganada y que cualquier paso en falso puede costarles todo.

En medio de esa tensión, entra en escena un objeto inesperado: una revista. Es un ejemplar en el que han sido entrevistados y, sorprendentemente, despierta un sentimiento de orgullo. Se sienten satisfechos con el resultado, ya que el artículo respeta sus palabras, no manipula frases y muestra unas fotografías que transmiten autenticidad. Esa satisfacción revela una faceta distinta, una pausa en medio de tanta angustia. Alaban la mirada de la fotógrafa, capaz de capturar más que una simple imagen, alguien que logra reflejar la esencia, el alma de las personas. Ese talento provoca una confesión íntima: esa franqueza, esa capacidad de ver más allá de lo superficial, fue lo que lo enamoró de ella. La ausencia de esa mujer pesa como una losa, y admitirlo es una forma de reconocer que, incluso en medio del caos, el corazón late con añoranza.

La emoción se vuelve aún más palpable cuando confiesa que no puede dejar de echarla de menos. Ese vacío lo consume y lo hace vulnerable, algo que no pasa desapercibido. El interlocutor responde con empatía, reconociendo el dolor y comprendiendo la imposibilidad de desprenderse de ese sentimiento. La música de fondo, sutil pero persistente, acompaña la confesión como un susurro que resalta la fragilidad de la escena. Aquí la tensión inicial se convierte en un retrato íntimo de vulnerabilidad compartida.

De nuevo, la conversación retoma el rumbo hacia la búsqueda de respuestas. Surge la figura del detective contratado, una esperanza a la que se aferran como último recurso. Se menciona que llamó poco antes de la llegada del sargento y que estaba convencido de haber encontrado una pista sólida: la mujer podía haberse refugiado en el pueblo de sus padres, donde aún tenía familiares que podían brindarle apoyo. Esa hipótesis parecía coherente, pero se desploma cuando la prima asegura que hace tiempo que no tiene noticias de ella. El rastro se desvanece, la incertidumbre crece y la pregunta inicial regresa con más fuerza: “Entonces, ¿dónde demonios se ha metido?”. Esa incógnita no encuentra respuesta, y cada segundo sin saber se convierte en un peso insoportable.

El relato evoluciona hacia un intercambio entre Damián y Andrés, cargado de humanidad y emociones encontradas. Damián, intentando aliviar el ambiente, invita a Andrés a no cerrarse, a compartir un brindis que simboliza tanto celebración como complicidad. Juntos levantan sus copas en honor a pequeños logros que, en medio del caos, se sienten gigantes: la recuperación de Narciso, la astucia de Andrés para mantener la producción de jabón en marcha y la satisfacción de haber fastidiado a su rival Florar. Ese brindis es una chispa de optimismo, una pausa en la tormenta que los rodea.

Lo más revelador llega cuando Damián admite, con sinceridad, que ver a Andrés tan comprometido con el negocio lo llena de orgullo como padre. Ese reconocimiento, directo y sin filtros, tiene un efecto profundo. Andrés, con honestidad, responde que su compromiso es genuino, que le importa el bienestar de cada trabajador de la fábrica, desde el primero hasta el último. Aunque lo haya dicho antes, insiste en dejar claro que su preocupación es real. Pero acto seguido surge la sombra de Begoña. Andrés confiesa que lo hiere profundamente que ella insinúe que no se preocupa por los empleados, que no le importa el destino de quienes dependen de la fábrica. Esa acusación lo marca, lo hiere en lo más íntimo porque cuestiona su integridad y su vocación.

Damián percibe esa herida y señala lo que más le inquieta: la influencia que Begoña todavía ejerce en Andrés. Ese vínculo emocional, que debería estar roto, sigue teniendo el poder de sacudirlo. Andrés admite, con un matiz de resignación, que desearía ser indiferente, pero no puede. La respuesta de Damián es reveladora: le recuerda que es noble, demasiado noble, y que por eso le duele tanto que alguien vea maldad en él. Andrés, con la voz quebrada, responde que sabe que no hay maldad en su interior, pero no por eso deja de sentir el peso de la responsabilidad, sobre todo en las decisiones que condujeron a la fábrica a este momento crítico.

Avance del próximo capítulo de Sueños de libertad: el matón vuelve a  pedirle dinero a Marta o contará la verdad sobre su sexualidad

En ese instante, Damián lo tranquiliza con una confesión que lo humaniza aún más: él también ha tomado decisiones de las que se arrepiente, pero insiste en que lo importante no es el error en sí, sino aprender de él para no repetirlo. La conversación se cierra con un aire de complicidad, con Damián recordándole a Andrés que ya están trabajando para reparar los daños y enderezar el rumbo. La escena, así, se convierte en un espacio de sinceridad donde el orgullo paterno se entrelaza con la vulnerabilidad del hijo, mostrando la fuerza del vínculo entre ellos en un momento en que todo lo demás parece desmoronarse.

Este fragmento deja en evidencia múltiples capas: la tensión por Santiago, la incertidumbre sobre el paradero de la mujer, la vulnerabilidad escondida tras un brindis, el dolor provocado por los juicios de Begoña y, finalmente, la reafirmación de un lazo familiar capaz de sostenerlos. Un spoiler que nos recuerda que, aunque los secretos y el peligro sigan acechando, la verdadera batalla se libra en el interior de cada personaje, entre el miedo, la esperanza y la necesidad de demostrar que todavía queda algo de control en medio del caos.

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