Spoiler: Equipaje, esperanzas y verdades no dichas
Aquel día se respiraba una atmósfera diferente, como si algo importante estuviera por comenzar. Pelayo y Marta bajaban juntos las escaleras, compartiendo una conversación ligera y entusiasta sobre el viaje que los llevaría a Londres. Pelayo, siempre organizado, comentaba con orgullo que su maleta ya estaba lista, porque odiaba dejar las cosas para último momento. Marta, sonriendo con complicidad, le respondió que ella también había preparado la suya, aunque antes de partir debía pasar por la fábrica para resolver algunos asuntos pendientes. Aun así, prometió reunirse con él más tarde sin falta.
Mientras descendían, Pelayo se ofreció a ayudarla con el equipaje si lo necesitaba. Ella, siempre atenta, le recomendó no olvidar llevar ropa para la lluvia, pues el clima londinense podía ser bastante impredecible. Pelayo, con serenidad, le aseguró que ya lo había previsto. En medio de esa escena cotidiana, apareció Damián, quien se unió a ellos con un ánimo contagioso. Le restó importancia al contenido de las maletas, diciendo que, si algo les faltaba, siempre podrían comprarlo allá. Para él, lo verdaderamente importante no eran los objetos, sino el paso gigantesco que Marta y Pelayo estaban a punto de dar.
Marta, sin quitarle mérito a sus palabras, bajó el tono del entusiasmo y le recordó que el tratamiento médico al que iban a someterse no ofrecía garantías inmediatas. Podía requerir varios intentos, y era mejor mantener los pies en la tierra. Pelayo, queriendo aligerar el ambiente, bromeó diciendo que Marta estaba siendo demasiado racional y le pidió a Damián que no dejara que le apagaran la ilusión. Damián, lleno de emoción, reafirmó que este proceso significaba mucho más que un simple tratamiento: era una forma de preservar el linaje familiar, de dejar huella.
El discurso de Damián, sin embargo, dio pie a que Marta soltase un comentario irónico pero cargado de intención. Dijo que, por cómo hablaban, parecía que ella solo servía para unir los apellidos Reina y Olivares. El comentario los dejó en silencio unos segundos. Pero ella, sin borrar la sonrisa, aseguró que estaba feliz de colaborar con ese propósito, consciente de la importancia que aquel futuro hijo tendría para todos ellos.
Ya sentados a la mesa del desayuno, Damián continuó expresando su entusiasmo. Soñaba con ver crecer una familia fuerte, unida, y estaba convencido de que los hijos siempre traen alegría. Alabó a Marta y Pelayo como pareja, afirmando que con el tiempo superarían cualquier duda o miedo que les rondara el corazón. Pero Marta, con una calma firme, le recordó que había una pieza esencial que no debían pasar por alto: Fina.
Con voz suave, pero con un mensaje claro, Marta subrayó que ese viaje sería la única parte del proceso en la que Fina no estaría físicamente presente. Sin embargo, dejó claro que Fina seguiría siendo una figura fundamental en su vida y en todo lo que vendría. Así, Marta marcó un límite invisible pero contundente: la construcción de ese proyecto familiar no podía hacerse ignorando el amor verdadero, ni sacrificando los lazos más profundos por una ilusión de perfección.
Entre bromas, entusiasmo y advertencias veladas, esa mañana no solo se alistaban maletas. También se acumulaban emociones, decisiones difíciles y verdades que empezaban a asomar entre líneas. El viaje a Londres no sería solo un traslado físico: sería una travesía emocional que pondría a prueba convicciones, vínculos y prioridades. Porque más allá del legado familiar, estaba en juego algo mucho más profundo: la autenticidad del amor y la fidelidad a uno mismo.