Spoiler: El viaje que rompió el silencio
En una carretera rumbo a Londres, el ambiente dentro del coche entre Pelayo y Marta se vuelve insostenible. Aunque él intenta mantener una charla casual e incluso le comenta a Marta que cambiaron de hotel a último minuto por recomendación de su amigo Miguel Ángel —según dice, con unas vistas inmejorables—, ella permanece callada, rígida, como atrapada en sus propios pensamientos. Ese silencio no es casual. Se está gestando una tormenta.
Marta no puede aguantar más. Con los nervios a punto de estallar, le exige a Pelayo que detenga el coche de inmediato. Él, sin comprender el motivo, frena junto a la carretera. Entonces sucede lo inevitable: atrapada por los recuerdos, Marta revive la conversación que mantuvo con Andrés, quien le advirtió que no trajera un hijo al mundo con alguien a quien no amara de verdad. Le dijo que criar a un niño en un hogar sin amor no era un acto de responsabilidad, sino una condena disfrazada de buenas intenciones.
Al volver al presente, Marta se quiebra emocionalmente. Llora sin control y se lo confiesa a Pelayo: no pueden tener ese hijo, sería un error irreparable. Él, desconcertado, intenta comprender. Le recuerda que ya habían hablado de formar una familia, que todo estaba planeado, y le pregunta si este cambio de corazón tiene que ver con Fina.
Pero Marta no duda. Le asegura que Fina los ha apoyado en todo momento, pero eso no cambia lo que ella siente. No es justo para nadie —ni para Fina, ni para el niño, ni para ella misma— construir una vida basada en una mentira. No quiere convertirse en madre si eso significa negar su amor por Fina, su verdad más profunda.
Con voz entrecortada, mira a Pelayo a los ojos y le dice lo que él siempre ha evitado enfrentar: cuando él se convierta en gobernador, Fina será una sombra incómoda, un problema político que su mundo jamás aceptará abiertamente. Marta lo sabe, aunque él nunca lo haya dicho. Y eso, para ella, es motivo suficiente para no avanzar con una farsa disfrazada de familia.
Le dice que un hijo solo puede ser feliz si su madre también lo es. Y ella no puede ser feliz si tiene que ocultar a quien ama. El amor verdadero, por doloroso que resulte, no puede vivirse a medias ni en secreto.
Pelayo escucha en silencio, paralizado por la confesión. Cuando Marta le dice simplemente “lo siento”, él baja del coche, sin palabras, devastado. Todo lo que había planeado, toda la vida que soñó junto a ella, se desmorona frente a sus ojos.
Lo que acaba de suceder es un acto de valentía: Marta elige la verdad sobre la comodidad, el amor genuino sobre la apariencia. Aunque eso implique renunciar a una vida “perfecta” junto a Pelayo, sabe que una existencia construida desde la mentira no merece ser vivida. Y menos aún, heredada por un niño que merece crecer en un hogar donde el amor no tenga que esconderse.