Spoiler: “El juego de Gabriel y María en Herbina”
En un rincón tranquilo de Herbina, María dejó escapar una sonrisa ladeada, una de esas que no son simples gestos amistosos, sino una combinación precisa de ironía, diversión y una pizca de malicia. Su mirada fija en Gabriel era como la de un gato observando a un ratón, esperando el momento justo para lanzar el zarpazo. Rompió el silencio con un comentario impregnado de sarcasmo, cada palabra escogida para incomodar más que para alagar:
—Vaya, Gabriel… así que al final lograste lo que querías: conquistar a Begoña. Y nada menos que aquí, en Herbina —dijo, dejando que el nombre del lugar sonara como una especie de broma interna, casi como si lo considerara un escenario pintoresco para un romance digno de chismes.
No parecía una felicitación, sino más bien una provocación cuidadosamente calculada. María jugaba con el tono, como si quisiera medir la reacción de Gabriel, tanteando sus inseguridades. Y para rematar, lanzó la pregunta con fingida inocencia:
—Dime, ¿cuándo piensan hacer oficial su relación?
Gabriel, que no era ajeno a los dardos disfrazados de amabilidad, la miró con calma. Sin embargo, en su interior, el comentario le había tocado una fibra incómoda. Con voz pausada, midiendo cada palabra y manteniendo una ligera cautela, respondió:
—No te precipites, María. Las cosas no están tan claras todavía.
Se inclinó hacia atrás, como si necesitara distancia para pensar, y añadió con un tono más introspectivo:
—Begoña se ha mostrado algo distante últimamente… y, siendo sincero, me da un poco de vértigo haber dado ese paso con ella. Creo que tiene miedo… miedo de volver a sufrir.
María, que detectaba cualquier fisura en la armadura emocional de las personas, arqueó una ceja, divertida por aquella confesión. Su sonrisa se amplió apenas lo suficiente para que Gabriel supiera que estaba disfrutando de la conversación. Entonces, con un tono inquisitivo, casi como quien huele sangre en el agua, soltó:
—No me digas que te estás enamorando, Gabriel…
Gabriel, lejos de mostrarse vulnerable, reaccionó con una sonrisa cargada de una arrogancia calculada. Negó con firmeza, como si quisiera disipar cualquier atisbo de duda:
—No, claro que no. Esto, para mí, es como un juego… y lo estoy disfrutando muchísimo. Créeme, sé muy bien cómo evitar enamorarme de la persona equivocada.
El matiz frío y calculador en sus palabras dejaba claro que su implicación emocional era mínima. Lo suyo con Begoña parecía responder más a un objetivo, una estrategia, que a un verdadero sentimiento. Había en su mirada una mezcla de seguridad y de cinismo, como si ya hubiera trazado mentalmente cada movimiento futuro.
María, que siempre encontraba placer en explorar y explotar las debilidades ajenas, se inclinó un poco hacia él, bajando la voz, dándole a sus palabras el tono de un consejo disfrazado de advertencia:
—No te confíes demasiado. Begoña podría echarse atrás en cualquier momento… Y no olvides que la doctora Borrel, su amiga más cercana y confidente, tiene mucha influencia sobre ella.
Se detuvo un instante, dejando que la frase calara, y luego concluyó:
—Si logras ganarte a la doctora, el camino estará mucho más despejado para ti.
Las palabras de María tenían el filo de un cuchillo bien afilado. No era solo información; era una invitación a mover una ficha clave en el tablero. Gabriel frunció el ceño levemente, sin disimular del todo su molestia. Lo que en un principio había visto como un juego sencillo, ahora empezaba a parecerse más a una partida de ajedrez con demasiados jugadores ocultos.
Con un gesto de fastidio, se llevó la mano a la sien y murmuró, con el tono de quien intenta quitarle importancia a algo que le preocupa más de lo que admite:
—Creo que me está empezando un dolor de cabeza… Tendré que pasar por el dispensario.
María soltó una pequeña carcajada, suave pero cargada de satisfacción. No era solo que sus palabras hubieran incomodado a Gabriel; era que, al hacerlo, había reafirmado su posición de control en la conversación.
—Pues suerte con la pesca, Gabriel —dijo finalmente, como quien lanza un anzuelo y se queda observando si el pez pica.
La frase, aparentemente inofensiva, llevaba implícito el cinismo característico de María: una manera de reducir las relaciones humanas a meras maniobras estratégicas, de ver a las personas como piezas movibles en un tablero donde lo único que importa es quién logra imponerse.
Gabriel, por su parte, sabía que no podía subestimar a María. Había en ella un talento particular para detectar debilidades y para manipular las situaciones a su favor. Lo que no tenía tan claro era quién de los dos movía realmente las fichas con más astucia. Y en Herbina, donde las apariencias lo eran todo, cada palabra, cada gesto, podía convertirse en una jugada decisiva.
Mientras la conversación llegaba a su fin, un silencio denso se instaló entre ellos. No era un silencio incómodo, sino uno lleno de subtexto, como si ambos estuvieran evaluando el próximo movimiento del otro. María seguía sonriendo, segura de que había dejado a Gabriel pensando más de lo que él mismo admitiría. Y Gabriel, aunque trataba de mantener la compostura, sabía que esa partida acababa de ponerse mucho más interesante… y peligrosa.
En el aire quedaba la pregunta de si Gabriel realmente controlaba el juego o si, sin darse cuenta, ya estaba cayendo en la trampa que María llevaba tiempo tejiendo.