No sé, quizá es de don Pedro… el misterioso paquete que cambia todo
La historia da un giro inesperado cuando Cristina recibe un paquete que despierta sospechas, secretos y, sobre todo, tensiones que ponen en evidencia tanto la fragilidad de su relación con Luis como los misterios que rodean al mundo empresarial en el que ambos se mueven. Lo que comienza como un simple gesto de rutina —la llegada de un mensajero con un sobre— termina convirtiéndose en una escena cargada de simbolismo y desconfianza, donde la verdad y la mentira se entremezclan hasta el punto de hacer tambalear la incipiente conexión romántica que parecía florecer.
La escena inicia con Cristina sorprendida al recibir un paquete inesperado. El tono de asombro que cruza su rostro la delata: no es algo que hubiera previsto ni mucho menos solicitado. Con manos temblorosas abre el sobre, solo para descubrir en su interior una gran cantidad de dinero en efectivo. La sorpresa se convierte en confusión, y la confusión pronto en preocupación. Luis, que no deja escapar detalle, percibe inmediatamente la inquietud de Cristina. Su pregunta, aunque disfrazada de ternura, encierra un matiz de desconfianza: “¿Todo bien?”.
Cristina, incapaz de ocultar la magnitud de lo que tiene delante, responde con la voz entrecortada. Confiesa que lo que ha recibido es dinero, mucho más del que podría justificar. Ese reconocimiento abre la puerta a una serie de hipótesis y sospechas. La primera reacción de ella es intentar encontrar una explicación racional. Recuerda que en algún momento renunció voluntariamente a un porcentaje del perfume, por lo que, si bien podría parecer un pago de don Pedro, no tendría sentido que ese dinero proviniera de él. Su mente busca desesperadamente un motivo, una pista que le dé lógica a lo inexplicable, pero no lo encuentra.

Luis, con su característico aire calculador, se mantiene frío. Niega que pueda tratarse de un pago extraordinario de la empresa, descartando de inmediato la idea de algún tipo de aguinaldo o compensación adicional. Sin embargo, su negativa no viene acompañada de empatía ni de soluciones, sino de un giro manipulador: sugiere que tal vez la familia de Cristina está detrás de este misterioso envío. La insinuación, más que tranquilizar, enciende en Cristina un nuevo nivel de ansiedad. Si bien promete que llamará a sus familiares más tarde para confirmar, la duda ya se ha instalado en ella.
El diálogo se vuelve cada vez más incómodo. Luis, percibiendo el nerviosismo de Cristina, le pregunta directamente si está preocupada por algo. Ella, presa del miedo y de la falta de confianza, opta por negar. “No, todo bien”, dice con un tono que suena más a súplica que a convicción. A continuación, pide retomar el trabajo, como si el refugiarse en la rutina pudiera borrar el temblor que todavía siente en las manos. Esta evasión, sin embargo, deja claro que entre ellos existe un muro invisible: Cristina no confía lo suficiente en Luis como para compartir sus miedos más profundos, y él tampoco se esfuerza en demostrar que es digno de esa confianza.
La tensión se disfraza de humor cuando Luis, en un intento poco acertado por cambiar de tema, lanza un comentario trivial: “Con tanto dinero, vas a ser tú la que invite al café hoy”. La frase, que pretende aligerar el ambiente, solo consigue subrayar la incomodidad. Cristina, resignada, acepta con un simple “sí”, pronunciado en un tono que deja ver que ya no tiene fuerzas para discutir. Es como si en ese instante hubiera aceptado no solo la invitación implícita, sino también el peso de la sospecha, del silencio y de la incomprensión que los rodea.
El clímax del encuentro llega con la entrada de Elías, quien aparece desde el almacén trayendo noticias sobre el ingrediente tan esperado para el nuevo perfume: el almizcle. Su llegada rompe la tensión, pero también expone lo frágil de la situación. Luis aprovecha la interrupción para redirigir la atención hacia lo técnico. Con entusiasmo casi forzado, le pide a Cristina que comience con las mediciones y que controle la destilación. Su tono cambia a uno más íntimo cuando le promete que enseguida vuelve, como si esa cercanía profesional y casi cómplice pudiera ocultar el abismo emocional que se acaba de abrir entre ellos.
El trasfondo de esta escena es aún más revelador de lo que parece a simple vista. No se trata solo de un sobre con dinero, sino de lo que ese sobre representa: secretos, posibles chantajes, y sobre todo, la sombra de un juego de poder que involucra a más de un personaje. Cristina, atrapada en medio de fuerzas que apenas entiende, se convierte en la víctima perfecta para la manipulación y la duda. Luis, por su parte, muestra en esta escena la ambigüedad de su carácter: por un lado, actúa como apoyo, fingiendo preocupación; por otro, se coloca como observador frío, dispuesto a manipular la situación a su conveniencia.

La relación entre ambos queda marcada por esta conversación. El incipiente romance, que parecía ir creciendo, se revela en realidad frágil, lleno de fisuras. La falta de confianza mutua es evidente. Cristina se siente aislada, incapaz de compartir lo que realmente piensa o teme, mientras que Luis aprovecha esa vulnerabilidad para reafirmar su posición de poder. La ironía de invitarla a un café con el dinero que la atormenta simboliza perfectamente el desequilibrio que existe entre ellos: mientras ella carga con la ansiedad de no saber de dónde viene ese sobre, él lo convierte en una broma ligera, banalizando un tema que podría tener repercusiones gravísimas.
La llegada de Elías y el almizcle, aunque parecen detalles menores, cumplen un papel importante en la narrativa. Representan el recordatorio de que el mundo exterior sigue girando, de que la vida cotidiana y el negocio del perfume continúan, a pesar de los secretos que se esconden tras los muros. Pero también subrayan la ironía: mientras todos se concentran en destilar aromas y esencias, en el aire ya flota otro tipo de olor, mucho más penetrante e imposible de eliminar: el de la desconfianza.
El episodio cierra con una imagen clara: Cristina, atrapada entre el dinero que no pidió y la falta de confianza en el hombre que tiene al lado, se enfrenta a una encrucijada silenciosa. ¿De dónde proviene ese sobre? ¿Quién quiere manipularla o ponerla a prueba? ¿Es un regalo, un soborno o una amenaza disfrazada de ayuda? Luis, en cambio, se muestra satisfecho con dejar el misterio sin resolver, como si supiera más de lo que aparenta. Su promesa de volver enseguida no trae calma, sino la certeza de que las respuestas tardarán en llegar.
Y así, con el eco de la conversación todavía resonando en la mente de Cristina, la escena termina como comenzó: con una incertidumbre que crece, con un secreto que amenaza con estallar y con una relación que, lejos de consolidarse, parece destinada a romperse bajo el peso del silencio y la desconfianza.