Radios, pase. El interrogatorio que podría cambiarlo todo en la fábrica de perfumes

En los pasillos silenciosos de la fábrica, el ambiente está tan cargado de tensión que se podría cortar con un cuchillo. Una puerta se abre y una voz autoritaria llama: “Radios, pase”. El trabajador, visiblemente confundido, entra con paso vacilante. Le invitan a sentarse, pero el aparente gesto de cortesía no oculta el hecho de que lo que está a punto de suceder no es una simple conversación. Desde el primer momento, la atmósfera se asemeja a la de un juicio sin abogados presentes, donde cada palabra será medida y usada como pieza clave de un rompecabezas que puede costarle la reputación… o incluso el trabajo.

Uno de los interrogadores rompe el silencio con una pregunta directa:
—¿Sabe usted lo que es esto?

En su mano sostiene una pequeña llave. Radios, todavía sin comprender el alcance de la situación, responde con naturalidad:
—Una llave.

Pero no es cualquier llave. Según le informan, pertenece al laboratorio, un lugar donde solo personal autorizado puede entrar. Lo más inquietante es dónde la han encontrado: nada menos que en su taquilla, dentro del bolsillo de su bata de trabajo.

La sorpresa de Radios es inmediata y genuina:
—Eso es imposible. Yo no he visto esa llave en mi vida. No entiendo por qué estaba en mi bata.

Las preguntas se suceden, y la trampa se estrecha.
—¿Sabe usted si alguien podría tener copia de la llave de su taquilla?

Él niega con firmeza. Cada trabajador tiene su propia llave, y según el reglamento, no debería haber forma de que nadie abra una taquilla ajena. El razonamiento es claro: si no hay copia y la llave apareció en su bata, entonces la única explicación aparente es que él mismo la colocó allí.

Radios intenta buscar una rendija por donde escapar a la lógica acusatoria. Explica que solo se está en el laboratorio cuando los perfumistas trabajan, y que ellos son los únicos con acceso mediante esa llave. Pero insiste: no comprende qué le están insinuando, ni qué motivo podría tener para poseerla.

Uno de los interrogadores corta en seco:
—Permita que seamos nosotros quienes hagamos las preguntas aquí.

La conversación da un giro aún más inquietante. Traen a colación un dato que, en principio, parece ajeno:
—Usted hizo un viaje a Francia hace poco, ¿verdad?

Radios, sorprendido, confirma. Fue un viaje breve, con días libres solicitados por asuntos personales. Los interrogadores, sin embargo, subrayan que pagó un billete de tren a París, algo que consideran costoso para alguien en su situación. Él explica que su hija, residente en un barrio a las afueras de París, le ayudó con los gastos. De hecho, confiesa que era la primera vez que salía de España.

La insistencia continúa:
—¿Vio usted a alguien más en Francia?

Radios menciona haber visitado a una vecina de su pueblo que emigró allí hace años. Un encuentro casual, sin relevancia aparente… al menos para él. Pero la interrogatoria no se detiene. Surge un nombre: Brosart.

El acusado niega conocerlo. Sin embargo, le explican que se trata de una empresa de perfumes, competencia directa de la fábrica donde trabaja. Y aquí cae la bomba: esa compañía ha robado la fórmula de un nuevo perfume que aún no se había lanzado al mercado.

La insinuación es clara, aunque no se verbaliza de forma directa: la llave hallada en su bata, su reciente viaje a Francia y la existencia de un rival comercial apuntan a un escenario de espionaje industrial.

Radios, en su interior, siente que el mundo se derrumba. Cada detalle de su vida cotidiana está siendo usado en su contra. Un viaje para ver a su hija se convierte en una prueba circunstancial. Una llave que desconoce cómo llegó a su bata se transforma en la evidencia material más comprometedora. Incluso una inocente visita a una vecina se pinta como una reunión sospechosa.

El juego psicológico es evidente: se le bombardea con datos, se le cortan las explicaciones y se crean conexiones que, aunque él sabe falsas, resultan difíciles de desmontar en ese momento. Cualquier gesto nervioso, cualquier palabra mal elegida, puede ser interpretada como una señal de culpabilidad.

Mientras el interrogatorio avanza, Radios intenta recordar cada momento de su estancia en el laboratorio, cada instante antes de encontrar esa llave en su bata. Se pregunta si alguien pudo manipular sus cosas, si un compañero, movido por rencor o interés, decidió incriminarlo. Pero no tiene pruebas, solo su palabra.

En la sala, el ambiente es opresivo. Los interrogadores intercambian miradas, como si ya hubieran llegado a una conclusión que no le piensan revelar. Y aunque todavía no hay acusación formal, la sospecha pesa como una condena anticipada.

La mención de Brosart no es casual. Todos en el sector saben que esta empresa lleva tiempo buscando superar a la competencia, incluso por medios poco éticos. Pero ¿por qué él? ¿Por qué un trabajador común, sin poder de decisión, sin acceso constante a las fórmulas, sería el elegido para semejante misión?

El silencio final antes de suspender la conversación es más inquietante que las propias preguntas. Radios sabe que su nombre quedará marcado, al menos por ahora, como el principal sospechoso de un robo millonario. El misterio de la llave y la sombra del viaje a París lo acompañarán, incluso si logra demostrar su inocencia.

En los próximos capítulos, esta historia promete más giros. ¿Aparecerán pruebas que lo inculpen definitivamente? ¿O se revelará la mano invisible que está manipulando los hilos para que él cargue con la culpa? Lo único seguro es que el mundo de la perfumería, tan delicado y sofisticado en apariencia, esconde batallas tan feroces como las de cualquier otro imperio. Y que en este juego de aromas y secretos, una simple llave puede oler a traición.