⚠️ Spoiler: “El mundo oculto de las doncellas en La Promesa: jerarquías, tareas y mucha ficción” ⚠️
Hola, promisers y clippers. En el capítulo de hoy nos sumergimos en los pasillos más silenciosos y olvidados del Palacio de La Promesa: el mundo de la servidumbre, concretamente las doncellas. A diferencia de los lacayos, mayordomos o amas de llaves, ellas representan una figura clave en el funcionamiento diario de la casa… pero desde la sombra.
Empezamos hablando de las doncellas actuales en la serie: Teresa, María Fernández y Vera. En el pasado tuvimos a Hann, y aunque ya no esté, su paso dejó huella. También hay que mencionar a Pía, cuyo rol es hoy el más indefinido. A veces parece doncella, otras ama de llaves, y otras, simplemente, una figura de confianza.
Pero ¿cómo era realmente la vida de una doncella en los años en los que se ambienta La Promesa? Aunque la serie (como Downton Abbey o La Edad Dorada) muestra relaciones cercanas con la nobleza, la realidad histórica era muy distinta: la familia y los criados vivían en universos completamente separados. La servidumbre entraba por accesos diferentes, usaba pasillos estrechos, puertas ocultas, escaleras de servicio… todo para evitar ser vistos, o incluso, olidos por los señores. Eran invisibles, y muchas veces tratados más como herramientas que como personas.
En lo más bajo de esta jerarquía estaban las fregonas, chicas jóvenes encargadas de las tareas más duras: fregar, limpiar chimeneas, hervir agua, lavar ollas. No convivían con el resto del servicio: comían solas, dormían en jergones en los pasillos y jamás subían a las plantas nobles. En La Promesa, Pía llegó a este rango cuando fue degradada, y Hann también lo vivió. La versión masculina era el mozo para todo, como fue en su día Valentín, ese que secuestró a María.
Un escalón más arriba estaban las pinches o mozas de cocina, como Candela, quien colabora directamente con la cocinera, ayudando con la preparación, limpieza y gestión de la despensa. Estas mujeres aspiraban algún día a convertirse en cocineras jefas.
Las doncellas propiamente dichas se encargaban del mantenimiento de las zonas nobles: dormitorios, salones, escaleras. No cocinaban, no planchaban, no servían bebidas (eso era cosa de lacayos). Estaban también estrictamente jerarquizadas. Las de planta alta atendían estancias privadas, una doncella por cada habitación o dos, mientras que otras se encargaban de las zonas comunes. Por encima de ellas, estaba la primera doncella, supervisora del grupo, con contacto directo con el ama de llaves y algo de autoridad sobre horarios y tareas.
En la serie, María Fernández fue considerada primera doncella, encargándose de Catalina y Leonor. Teresa, por su parte, llegó para ser doncella personal de Jimena (como decía el anuncio en el periódico), pero tras enviudar esta, Teresa fue relegada injustamente a un puesto inferior.
También existe la doncella personal de la señora, como lo fue Pía. Estas mujeres gozaban de mucha confianza y se encargaban de cuidar el vestuario, joyas y apariencia de sus señoras. Las peinaban, las bañaban, las vestían… incluso les preparaban el equipaje y las acompañaban en viajes. Este rol requería nociones de moda y protocolo, y solían tener habitación propia, cosa muy rara en la servidumbre.
Por otro lado, los lacayos, bajo mando del mayordomo, eran los encargados de servir comidas y bebidas. Estos jóvenes tenían también un rol visual/decorativo. Se buscaban parecidos entre ellos, e incluso se valoraba si eran gemelos, lo cual era símbolo de prestigio.
¿Y la colada? Eso tampoco era tarea de doncellas. Lavar, almidonar, secar y planchar la ropa en una época sin electrodomésticos era una tarea titánica. Para eso existían lavanderas y planchadoras específicas.
Así que la próxima vez que veas a una doncella de La Promesa sirviendo copas, planchando o cocinando, recuerda: eso es ficción. La vida real era mucho más dura, jerárquica y distante. La nobleza no interactuaba con el servicio, y este funcionaba como una maquinaria silenciosa, deshumanizada, invisible.
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