🔥 Spoiler: Sueños de libertad. Capítulo 342. La mañana de los secretos
El jueves 3 de julio amaneció cubierto por una bruma de tensiones ocultas, aunque el sol intentaba colarse tímidamente entre los cristales de las enormes ventanas de Perfumerías de la Reina. La luz dorada no alcanzaba a disipar las sombras de incertidumbre que flotaban tanto en la sede de la empresa como en la gran mansión familiar. Aunque la jornada parecía empezar como una más, el ambiente estaba cargado de silencios pesados, decisiones ocultas y heridas sin cerrar.
Andrés, ahora al mando del despacho que en su día ocupó su hermano Jesús, se sentía sobrepasado. Cada papel sobre su escritorio era una preocupación más: problemas financieros, tensiones con los proveedores, y el peso del escándalo familiar que aún lo perseguía. Pero como si todo eso no bastara, había otra prioridad urgente y delicada: encontrar a una enfermera adecuada para cuidar de María.
Los intentos hasta ahora habían sido poco menos que un desastre: una de las candidatas confundió medicación básica; otra preguntó si la casa estaba encantada, como si fuera un lugar sacado de una novela de misterio; y la más reciente parecía más interesada en la fortuna de los Reina que en la salud de su paciente. Andrés, frustrado, se preguntaba cuándo su vida se había convertido en este torbellino absurdo.
Pero justo cuando sentía que no podía más, Begoña apareció. Como si leyera su mente, entró en el despacho con una bandeja de café y una sonrisa que le devolvió el aliento. Con una dulzura familiar le dijo: “Te vi desde el pasillo. Pensé que necesitabas que alguien te salvara”. Andrés, agotado pero agradecido, sonrió. Ella siempre aparecía en el momento justo.
Sin que él se lo pidiera, Begoña se ofreció a encargarse de las entrevistas para seleccionar a la nueva enfermera. Sabía lo que María necesitaba, y quería ayudarle para que pudiera centrarse en la empresa. Su propuesta fue directa, cálida y protectora. Y aunque Andrés dudó unos segundos, terminó aceptando. Se sentía arropado. “Somos un equipo, ¿no?”, le susurró ella, sellando el momento con un beso en la frente.
Sin embargo, una mirada no deseada los había visto desde la puerta. María, testigo silenciosa de la escena, se marchó rápidamente, furiosa. Su silla de ruedas deslizándose por el pasillo como eco de su rabia contenida. “¿Ella va a decidir quién me cuida ahora también?”, pensaba, sintiendo que el control sobre su propia vida se le escapaba a cada minuto. Que Begoña, la mujer que le había arrebatado a Andrés, ahora eligiera también quién estaría con ella en sus momentos más frágiles, le parecía humillante.
Al mismo tiempo, en otra zona del edificio, Joaquín se encontraba con don Pedro, su tío. Con el rostro sombrío y el alma cargada de culpa, Joaquín pedía disculpas por haber dudado de él. Pedro, con una sonrisa falsa y mirada calculadora, aceptó las disculpas… pero no sin aprovechar la ocasión. Le reveló algo aún más perturbador: Jesús había sobornado a Gorris y, peor aún, sabía el secreto de su madre: lo de Valentín. El impacto fue devastador para Joaquín. Pedro había jugado sus cartas con astucia y ahora lo tenía completamente en sus manos. Había logrado manipularlo. Otra ficha que caía en su tablero de poder.
Mientras tanto, en la mansión, Raúl acudía al encuentro de María, sin saber que ese sería su adiós. Ella, sin rodeos, le exigió que se fuera. Temía que su cercanía estuviera despertando sospechas, especialmente en Begoña. “Tus gestos, tus miradas… si Andrés se entera, estoy perdida.” Raúl, incrédulo, trató de defenderse, pero ella fue tajante. “Tienes que irte. Hoy.” Aquel fue el final silencioso pero devastador del único hombre que la había amado sinceramente, dejándola más sola que nunca.
Pero el verdadero peligro apenas estaba emergiendo. En la biblioteca, Gabriel, el misterioso abogado que parecía saber demasiado, reveló su verdadero rostro ante María. Con una sonrisa gélida, le confesó que sabía todo sobre su romance con Raúl. “Celos, ¿verdad? Sé que era tu amante.” A María se le heló la sangre. Cuando le preguntó qué quería, su respuesta fue inquietante: “Venganza.” Quería destruir a Damián, y necesitaba su colaboración. Quería información desde dentro, detalles, vulnerabilidades.
Y si ella se negaba… el chantaje fue inmediato y brutal. “Entonces haré público que la esposa inválida del respetado Andrés se acostaba con un empleado.” María, atrapada entre la culpa y el miedo, supo que no tenía escapatoria. Con la voz rota, aceptó. Selló con esas palabras un pacto oscuro que la convertía en cómplice de una vendetta que amenazaba con desmoronar a toda la familia Reina.
Mientras el día terminaba y la oscuridad caía sobre la mansión, todo parecía estar al borde del abismo. María, ahora sola, humillada y chantajeada, era una pieza más dentro de un juego de poder donde cada movimiento contaba. Joaquín, manipulado por Pedro. Andrés, perdido entre responsabilidades. Raúl, desterrado. Y Gabriel, moviendo hilos desde las sombras.