Capítulo 332 – Sospechas, límites y verdades dolorosas
Un día tenso en la casa Reina donde nada es lo que parece, y los lazos familiares se ponen a prueba.
El episodio comienza con una escena cotidiana en la casa de la familia Reina: Pelayo y Marta desayunan en un ambiente tranquilo, pero cargado de pensamientos no dichos. Pelayo, con gesto inquisitivo, pregunta por Gabriel. Marta, algo distraída, le informa que se lo cruzó hace poco en la planta alta y que probablemente desayune con María, sin intención de bajar.
La conversación da un giro más reflexivo cuando Pelayo señala cuánto se ha volcado Gabriel en el cuidado de María, algo que no deja de llamarle la atención. Marta lo justifica en parte, aunque admite que su hermano también tiene responsabilidades en la empresa que no puede descuidar eternamente, y que María no puede convertirse en su único mundo. Añade que, en algún momento, deberá salir de esa casa y respirar.
Pelayo entonces señala algo que le parece aún más extraño: Gabriel, que en un principio parecía tener prisa por marcharse, ahora se muestra demasiado cómodo en la casa. Marta intenta calmar la inquietud explicando que, según su padre, Gabriel ha tenido éxito recientemente en algunos negocios con una empresa madrileña, lo cual explicaría su permanencia más prolongada.
Sin embargo, Pelayo cambia de tono y se pone serio. Le confiesa a Marta que la noche anterior no tuvo ocasión de contarle algo que lo dejó incómodo: no confía en Gabriel. Marta se sorprende y pregunta por qué. Pelayo le relata que, mientras su padre estaba ocupado, Gabriel aprovechó para interrogar a Tacio sobre el laboratorio y los perfumistas que colaboran con Cobeaga, un interés que le parece demasiado específico para ser simple curiosidad.
Marta lo interrumpe, preocupada, diciendo que ya le había advertido a Tacio que fuera más reservado. Pelayo continúa y cuenta que Gabriel incluso casi entra al laboratorio, pero él se cruzó con él a tiempo y lo desvió diciéndole que su padre lo estaba buscando. Marta, aliviada, le agradece por intervenir, aunque intenta restarle importancia: “Quizá solo le interesa el proyecto”, dice.
Pero Pelayo insiste en sus sospechas: ¿Y si Gabriel no es quien dice ser? ¿Y si se trata de un impostor que intenta infiltrarse como ha ocurrido antes con la competencia? Marta intenta poner orden en la conversación, recordándole que su padre conoce bien la historia familiar y que todo cuadra con el relato de Gabriel. Aun así, Pelayo recuerda que incluso Marta dudó de él al principio, algo que ella admite, aunque asegura que, tras la cena, le pareció una persona confiable. Sin embargo, Pelayo no baja la guardia: ¿Y si está ahí para sacar provecho económico o hacer contactos?
En ese instante, Gabriel baja las escaleras y los saluda cordialmente. Marta le responde con amabilidad e incluso lo invita a unirse al desayuno. Él acepta con buen talante y pregunta por los planes del día. Marta le comenta que irá pronto a la empresa, y Pelayo también menciona tener varias reuniones. Gabriel dice que hoy estará más relajado, que solo necesita hacer unas llamadas, pues su empresa de importaciones y exportaciones, La Atlántica, ya tiene asuntos cerrados. Se muestra tranquilo y seguro.
En paralelo, Andrés baja junto a María, ayudándola a salir al jardín. Manuela la recibe con una sonrisa y le dice que tomar el aire le hará bien. María, sin embargo, se muestra nerviosa, temerosa de quedarse sola. Aunque Manuela le asegura que Tere estará cerca y podrá ayudarla en cualquier momento, María entra en pánico. “¿Y si no me escuchan? ¿Y si pasa algo?”, exclama. Andrés interviene con ternura, le pide que confíe en él. María, más calmada, acepta quedarse, aunque visiblemente angustiada.
Pese a la insistencia de Manuela, Andrés decide cancelar su ida a la empresa. Le dice a Manuela que informe a su padre que se quedará en casa, salvo que ocurra algo urgente. María, al ver ese gesto, deja de llorar lentamente.

Más tarde, en el jardín, María se encuentra más tranquila cuando Damián se acerca para conversar. Él intenta mostrarse cordial, destacando lo positivo de que haya salido a tomar el aire. Pero la conversación se vuelve tensa. María lanza un comentario con ironía, recordando que antes todos querían que se marchara y ahora deben acostumbrarse a su presencia.
Damián, a la defensiva, dice que no tiene por qué disculparse, ya que no fue responsable del accidente. Pero María no lo acepta: cree que la presión familiar fue el detonante de lo que ocurrió. Aunque Damián intenta dejar el pasado atrás, ella insiste en que no puede olvidar lo vivido.
Entonces, con tono más serio, Damián propone una solución que hiere profundamente a María: sugiere que ingrese temporalmente a un centro especializado, donde podría recibir atención médica continua, aligerando así la carga de todos. María reacciona con horror, acusándolo de querer deshacerse de ella. Él intenta explicarse, pero ella, indignada, le exige que se vaya. “Esto es peor que no poder moverme”, grita.
Más tarde, Andrés regresa al jardín con un café y encuentra a María llorando. Alarmado, le pregunta qué le ocurre. María, destrozada, le cuenta que su padre estuvo allí y le propuso enviarla a un centro médico. Andrés queda sorprendido y le asegura que esa no fue su idea. Le promete que hablará con Damián y que ella no se irá a ningún sitio sin su consentimiento.
María, entre lágrimas, le confiesa que siente que todos continúan con sus vidas mientras ella permanece atrapada en esa silla de ruedas. Cree que Damián quiere alejarla, esconderla, y que quizá hasta Andrés pueda pensar lo mismo.
Andrés la mira con ternura. Le asegura que no es egoísta, que no está atándolo. “Estoy aquí porque quiero estar contigo. Porque así lo he decidido”, le dice mientras le acaricia el rostro. Y con una sinceridad que desarma, le confiesa que lo que más le duele es que ella llegue a dudar de su amor.