Pelayo desconfía, Andrés se quiebra, y Gabriel esconde más de lo que aparenta
Sueños de Libertad – Avance del capítulo 333
Las tensiones no dejan de aumentar en la familia Reina. Pelayo, más decidido que nunca, sigue los hilos de su desconfianza hacia Gabriel, el supuesto primo que ha llegado para instalarse con demasiada facilidad. Pese a la cordialidad de Gabriel y su aparente éxito profesional, Pelayo no se deja engañar. Para él, hay algo que no encaja, y está dispuesto a llegar al fondo del asunto por su cuenta.
La escena arranca en el despacho de Marta, quien acaba de cerrar una importante presentación entre Luis y el maestro perfumista Alonso Cobeaga, con la intención de desarrollar un nuevo perfume. Pelayo irrumpe con gesto serio, revelando que ha realizado una investigación por su cuenta: hizo llamadas al círculo de empresarios de la isla para comprobar la existencia de la empresa “La Atlántica”, la compañía que Gabriel mencionó como su lugar de trabajo.
Marta se sorprende, pero Pelayo va directo al grano: la empresa existe, pero nadie allí conoce a un abogado llamado Gabriel de la Reina. Marta se queda en silencio, visiblemente afectada por el dato. “¿Y si es un impostor?”, sugiere con voz baja. Pelayo no duda ni un segundo: si no lo es, al menos les está ocultando algo importante.
Aunque Marta intenta buscar una explicación lógica y menciona que su padre, conocido por su carácter desconfiado, cree en la identidad de Gabriel, Pelayo insiste. “Él no ha visto lo que yo he visto”, le advierte, dejando claro que lo que está en juego es más que una simple duda: es un asunto de seguridad y de confianza dentro de la familia y de la empresa.
Marta, aún dudosa, se muestra reacia a comentarlo con su padre de inmediato. Prefiere hablar primero con Gabriel para obtener respuestas directas. Pelayo acepta a regañadientes, pero lanza una advertencia: si Gabriel busca dinero o información confidencial, podrían estar en un problema muy serio.
Mientras tanto, en otro rincón de la casa, se libra una tormenta emocional entre Andrés y su padre, Damián. La tensión estalla cuando Andrés irrumpe en el despacho de Damián tras enterarse de la propuesta que este le hizo a María: enviarla temporalmente a un centro de rehabilitación. Andrés, dolido y enfadado, acusa a su padre de querer echar a su esposa de la casa.

Damián, con su habitual tono firme pero sereno, niega que haya querido echarla. Explica que su propuesta fue solo un intento por aliviar la carga física y emocional de Andrés, y dar a María el cuidado profesional que necesita. Pero Andrés, con el rostro desencajado, no acepta esa justificación. “María no necesita sentirse abandonada otra vez”, dice, con la voz quebrada.
La discusión escala. Damián lamenta la situación de ambos, pero le recuerda a su hijo que él también está sufriendo, y que ha olvidado por completo sus propias necesidades. Andrés, sin contener las lágrimas, le reprocha no entender el amor ni el compromiso. En su mente, todo lo que hace lo hace por lealtad, por culpa, y por amor a una mujer rota emocionalmente y físicamente.
Cuando Andrés le confiesa que lo que más le ha dolido es que María llegara a pensar que él apoyaba la idea del sanatorio, Damián guarda silencio. Luego, con un tono más grave, le dice que no ha querido otra cosa que protegerlo. María necesita cuidados profesionales, no solo compañía. “No basta con leerle cuentos o estar junto a ella”, sentencia.
Andrés se mantiene firme: no piensa dejar sola a María ni permitir decisiones que ella no apruebe. Pero lo que Damián dice a continuación deja al joven sin palabras: le sugiere que, quizá, María esté usando su sufrimiento como una forma de retenerlo, como un castigo por haberse enamorado de otra mujer: Begoña.
La insinuación deja a Andrés paralizado. ¿Es posible que María esté aferrada a su situación como única vía para mantenerlo a su lado? ¿Ha renunciado ella también a su vida, pero con un objetivo oculto? Damián, intentando que su hijo despierte, le recuerda que está sacrificando su felicidad por una relación que ya no es amor, sino penitencia.
Finalmente, Damián, más emocional de lo habitual, se acerca a su hijo y le pone una mano en la mejilla. Le pide que no renuncie a sí mismo por culpa, ni por una obligación mal entendida. Le recuerda que no puede amar a alguien solo por compasión, y que ese camino solo traerá sufrimiento.
Andrés se marcha en silencio, devastado, con las palabras de su padre resonando en su mente. No las acepta del todo, pero tampoco puede descartarlas por completo.