⚠️ SPOILER | La doble moral de Digna en Sueños de libertad: Avance del capítulo 333 (20 de junio)

La tensión en el despacho de Damián De la Reina alcanzaba niveles asfixiantes. Lo que debía ser una conversación entre padre e hijo se convirtió en un enfrentamiento silencioso, cargado de heridas emocionales y palabras que durante años se habían reprimido. Afuera, Toledo brillaba bajo el sol de junio, pero dentro de aquellas paredes todo era hielo y resentimiento.

Sentado tras su majestuoso escritorio de caoba, Damián miraba con desilusión a Tacio, su hijo, quien evitaba su mirada, concentrado en los detalles de una alfombra persa como si estos pudieran ofrecerle las respuestas que su padre nunca le había dado.

—No entiendo tu actitud, Tacio —dijo Damián, su voz habitualmente imponente teñida de agotamiento—. Te he dado una oportunidad al traerte aquí, ¿y así me lo pagas? ¿Con desprecio?

La respuesta de Tacio fue inmediata, cargada de dolor: lo que su padre llamaba “oportunidad” no era más que una forma encubierta de control. Él nunca fue un hijo para Damián fuera de esas paredes. En público, no era más que una vergüenza que debía ser silenciada. Y la llegada de Gabriel, el sobrino perfecto, no había hecho más que confirmarlo.

El nombre de Gabriel cayó como un rayo en medio de la discusión. Aunque Damián intentó desligarlo del conflicto, su inseguridad lo delató. Tacio, herido y furioso, lo enfrentó directamente: ¿Qué deber cumplía con él? ¿El de esconderlo, compararlo, rebajarlo? Para todos, Gabriel era el hijo ideal, mientras que él seguía siendo “el error”.

Detrás de la puerta, Gabriel escuchaba cada palabra. No por casualidad: había ido allí a propósito. La pelea era música para sus oídos. Su sonrisa se ensanchó al comprender que el imperio De la Reina estaba lleno de grietas. Sin hacer ruido, se alejó como un cazador satisfecho y se adentró en la fábrica, donde sabía que se jugaba su verdadera partida.

Poco después, en uno de los pasillos, Gabriel se cruzó con Irene, la viuda de Pedro. Con su característica mezcla de encanto y cálculo, se presentó como el sobrino de Damián y elogió su labor. Irene, halagada, bajó la guardia. Pronto, Gabriel mencionó el proyecto Cobeaga, al que Irene reaccionó con entusiasmo, sin sospechar que cada palabra alimentaba el plan de Gabriel. Absorbió detalles técnicos, fechas y nombres. Sabía perfectamente lo que necesitaba para sabotear desde dentro.

Mientras tanto, en la mansión, el caos crecía por otro frente. Andrés, furioso, se enfrentaba a Begoña tras descubrir que Damián planeaba internar a María. Él lo veía como un intento por deshacerse de ella, no como una medida de salud. Begoña, entre lágrimas, intentaba explicarse, pero Andrés solo veía traición. Lo que ninguno sabía era que María, oculta tras la puerta de su habitación, escuchaba todo con una sonrisa de victoria. Su juego, una vez más, estaba funcionando.

En otra parte, Gema enfrentaba su propia tormenta. Había esperado a Luz en una cita médica crucial, pero ella nunca apareció. Cuando finalmente se vieron, Gema estalló entre lágrimas y reproches. Luz, derrotada por la culpa, confesó la verdad: no era médica aún. Estaba a punto de terminar la carrera y ese mismo día debía presentar su último examen. El silencio posterior fue devastador.

Ya caída la noche, un apagón envolvió la fábrica en oscuridad. Gabriel aprovechó el caos para actuar. Sigilosamente, se infiltró en el despacho de Joaquín. Abrió el archivo “Proyectos en curso” y examinó la carpeta del proyecto Cobeaga. No se la llevó: habría sido demasiado evidente. Pero memorizó cada dato —fórmulas, fechas, contactos— con la precisión de un espía. Era todo lo que necesitaba para destruir a los De la Reina desde dentro.

La tormenta no solo estaba afuera; dentro de la familia, los conflictos internos alcanzaban un punto crítico. Damián y Tacio quedaban más fracturados que nunca, incapaces de sanar viejas heridas. Andrés y Begoña, al borde del divorcio, eran víctimas colaterales del veneno que María sembraba con astucia. Gema, desolada, no sabía si podría volver a confiar en Luz, mientras que esta última se enfrentaba no solo a su mentira, sino también a la presión de demostrar que no era una impostora.

Y Gabriel… Gabriel tenía ya en sus manos el arma con la que pretendía desestabilizar el legado De la Reina.

El capítulo cierra con cada personaje enfrentando su propio abismo. Las relaciones familiares, los secretos y las traiciones empiezan a derrumbar el edificio que Damián había construido durante años. La noche cae sobre Toledo, pero para los De la Reina, la oscuridad apenas comienza.