Hola amigos, bienvenidos a un adelanto exclusivo de Sueños de Libertad

En los próximos episodios, la tensión alcanza un punto crítico. Andrés ha tomado una determinación que podría cambiar radicalmente el futuro de María. Pero ella no está dispuesta a dejarse vencer. Luchará con uñas y dientes por permanecer en la casa de los De la Reina, cueste lo que cueste. ¿Está cruzando los límites… o simplemente defiende lo poco que siente que le queda?

La historia comienza en la casa de los Carpena. Irene contempla con ternura un pañuelo que su hija le ha regalado. En ese momento, Don Pedro entra con una bolsa de regalo. Irene, sin perder el tono irónico, comenta:
—Otro regalo para limpiar tu conciencia… Digna seguro te lo agradecerá.
Pedro, visiblemente tocado, se acerca con humildad:
—No es para ella, es para ti. Chocolate con leche y praliné de almendras. Tus preferidos.

Pero Irene no cede.
—Pedro, lo que hiciste no se arregla con una caja de bombones.

Él intenta acercarse. Busca reconciliarse.
—Perdóname, Irene. Si no lo haces, Damián habrá conseguido separarnos.

Las palabras reavivan en Irene el dolor de una conversación reciente con Damián. Las heridas siguen abiertas. Pedro, con tono sincero, insiste:
—Lamento no haberte contado la verdad sobre Cristina. Siempre quise protegerte. Y aún quiero hacerlo.

Irene, dolida, responde con un nudo en la garganta:
—¿Protegerme de qué? ¿De saber que mi hija estaba viva? ¿De quitarme la oportunidad de verla crecer? He vivido con ese dolor todos estos años…

Pedro intenta justificar su decisión.
—Nuestros padres te rechazaron. Ser madre soltera entonces era devastador. Tal vez me odies, pero al menos sabía que te había evitado más sufrimiento.

Irene lo mira con rabia contenida.
—A pesar de todo lo que me hiciste…
Pedro interrumpe con suavidad:
—Gracias a eso tuviste una vida estable.

—¡No! —le corta Irene— No fue una vida estable. Fue una vida triste.

Pedro baja la mirada.
—Siento que haya sido así. Nunca olvidaré el día que papá te echó de casa. Ese día juré que nadie más te trataría así. Por eso hice lo que hice.

—¿Y ahora? —pregunta Irene, temblando— ¿Sabes algo más sobre ella? ¿Algo que sigas escondiendo?

Pedro niega con la cabeza.
—No, pero ahora puedes acercarte a ella. Solo te pido precaución. Si descubre quién eres, podría derrumbarse.

Irene lo observa, dividida entre la compasión y la desconfianza.
—Prométeme que nunca más me mentirás.

—Lo prometo —dice Pedro—. Siempre pudiste confiar en mí.

Pero… ¿realmente es ese el único secreto que ha guardado Pedro? ¿Y de verdad Irene lo ha perdonado… o solo espera el momento justo para ajustar cuentas?

Mientras tanto, en casa de los De la Reina, Andrés visita a María y la encuentra terminando su comida.
—Así me gusta —dice con una sonrisa—, que no dejes nada.

María le devuelve una pequeña sonrisa.
—Mérito de Manuela. Cocina increíble.

Andrés aprovecha el momento para preguntarle con cautela:
—¿Por qué no le dijiste a Luz que te habías caído?

Ella desvía la mirada.
—No era necesario. Estoy bien… creo.

Andrés insiste:
—No sientes las piernas, María. Podrías haberte hecho daño.

Ella, molesta, le responde alzando la voz:
—¡Por eso no dije nada! ¡No quiero parecer inútil! ¿No lo entiendes?

—Entiendo que es duro —responde Andrés—, pero todo sería más fácil si dejaras que te ayudaran.

—¿Y qué se supone que haga? ¿Aprender a volar? —responde María con sarcasmo.

Andrés respira profundo.
—Solo quiero que aceptes ayuda profesional. Hay especialistas que pueden ayudarte a mejorar tu ánimo.

—¿Ayuda profesional? ¿De dónde? —pregunta María, visiblemente desconfiada.

Andrés duda un segundo antes de soltarlo.
—Luz me habló de una residencia especializada…

Pero María no lo deja terminar. Explota.
—¡Ya puedes llevarte la bandeja y salir! ¡No voy a permitir que me encierren!

Andrés intenta calmarla.
—No se trata de encerrarte. Sería una oportunidad para que mejores. Aquí nadie sabe cómo ayudarte de verdad.

—¿Y tú crees que sí? ¿Alejándome de ti y metiéndome en una terapia absurda? —grita ella entre lágrimas— ¡No cuentes conmigo para eso!

—Soy tu esposo. Y si lo veo necesario… podría hacerlo aunque no quieras.

María lo mira con incredulidad.
—¿Lo dices en serio?

Andrés baja la mirada.
—No me lo pongas más difícil. Solo quiero ayudarte a tener una vida con menos dolor.

—¡Mi vida ya es un infierno! —responde ella— ¡Y lo será más si me apartas! ¿Acaso esta idea fue de Begoña?

—Te equivocas —dice Andrés, cada vez más agotado—. No tiene nada que ver con ella. Por favor, calmémonos.

Se levanta, resignado, toma la bandeja y camina hacia la puerta. Mientras tanto, María, en silencio, oculta un cuchillo bajo la almohada. Lo mira y le dice con frialdad:
—No hablaremos más del tema. Porque no me voy a ir. ¿Me oyes? Ahora déjame, quiero descansar.

Andrés se marcha sin sospechar el peligro que ha desatado. ¿Qué hará María con ese cuchillo escondido? ¿Podrá perdonar que Andrés tome decisiones por ella? ¿O está a punto de perder el control por completo?

Déjanos en los comentarios qué crees que ocurrirá en los próximos capítulos. Nos encanta leerte. Gracias por acompañarnos en este adelanto exclusivo de Sueños de Libertad. ¡Nos vemos muy pronto con más revelaciones!