⚠️ SPOILER – “La Promesa” estalla: traiciones, enfermedad y una conspiración aterradora

Arranca una nueva semana en La Promesa, y lo hace con un torbellino de emociones, amenazas y revelaciones que lo cambiarán todo. Desde la finca de los Luján, la tensión se respira en cada rincón. Vera, desesperada por la ausencia de Lope, vive al borde del colapso. Cada segundo sin noticias de él es como una herida abierta. Ni siquiera Pía, con su temple habitual, logra calmarla del todo. El corazón de Vera late lejos, en el palacio de los duques de Carril, donde Lope se arriesga para descubrir quién envenenó a Jana.

Mientras tanto, Curro entra en escena con su habitual lealtad, defendiendo la arriesgada decisión de Lope. Él cree firmemente que el peligro vale la pena si sirve para revelar al verdadero enemigo. Pero Vera, atrapada por el miedo, se pregunta si realmente vale tanto sacrificio. Aunque Curro intenta tranquilizarla, ambos saben que la línea entre la valentía y la imprudencia es muy delgada.

En el piso superior del palacio, el conflicto no da tregua. Leocadia trata de frenar la contratación de Enora en el proyecto de motores, confiada en su control. Pero Manuel, cansado de ceder, juega su carta maestra: un contrato firmado por Leocadia en tiempos de crisis le da al marquesado plenos poderes. Resultado: Enora entra al proyecto y Leocadia queda derrotada, sin poder impedirlo.

La tensión también se traslada al Rosal. Catalina intenta abrirle los ojos a Martina sobre el verdadero peligro que representa el barón de Valladares. Finalmente, Alonso toma cartas en el asunto y acuerda un tenso encuentro con el barón en un exclusivo club. Sonrisas falsas, palabras filosas y una declaración firme: las tierras de Pramis ya no serán terreno de abuso. Alonso deja claro que protegerá a su hija y su pueblo a toda costa, encendiendo así una chispa que podría desatar una guerra abierta.

En las cocinas, un nuevo mayordomo ha llegado: Cristóbal Ballesteros. Su estilo autoritario cae como una losa. Ni Petra, ni Ricardo ni Pía tardan en notar la diferencia con el justo don Rómulo. El miedo empieza a impregnar los pasillos, y Pía presiente que lo peor aún está por venir.

A esto se suma un escándalo que amenaza con destruir a Leocadia: durante la fiesta del duque de Carvajal, su hija Ángela protagonizó un bochornoso enfrentamiento con el marqués de Andújar. La humillación es tal que Leocadia intenta enviar a Ángela al extranjero, pero Lorenzo lo impide y defiende con firmeza la libertad de su hermana. Las tensiones familiares estallan justo cuando Petra, sin el respaldo de los antiguos líderes, se siente completamente sola.

Y entonces la tragedia golpea: Rafaela, la hija de Catalina, enferma gravemente. La fiebre sube sin control, los remedios fallan y el coche familiar desaparece misteriosamente. Aislados, sin posibilidad de ayuda médica, el tiempo se convierte en el enemigo más cruel. Es ahí cuando Leocadia, astuta, ofrece un coche nuevo como “ayuda”. Pero detrás del gesto se esconde una maniobra para reforzar su poder y quedar como benefactora indispensable. A Alonso no le queda más opción que aceptar, mientras en silencio, Leocadia sube un nuevo peldaño hacia el control absoluto.

En paralelo, Ángela es oficialmente excluida de la alta sociedad. Su invitación a un baile es cancelada con una frase cruel, sumiéndola en un aislamiento devastador. Su madre quiere ocultarla, pero la herida social ya está abierta.

La situación de Rafaela empeora sin freno. Los médicos no llegan, los teléfonos no responden y Catalina, desesperada, abraza a su hija que arde en fiebre, rogando ayuda que parece no existir. Cada minuto es una eternidad.

En los pasillos del servicio, el ambiente se vuelve insostenible. Ballesteros impone castigos humillantes: obliga a María Fernández a fregar de rodillas. Es entonces cuando Petra rompe el silencio, se arrodilla junto a ella y convierte la humillación en un gesto de resistencia. Una nueva alianza nace en las sombras de la servidumbre.

Vera, por su parte, no encuentra consuelo. Ni Pía puede ocultar su preocupación, y Curro, consumido por la culpa, quiere confesarse con Ángela. Pero ella, quebrada por el rechazo de la sociedad, no le deja entrar en su mundo. Sus palabras no la alcanzan. Y todo parece perdido… hasta que Lope regresa.

Cansado, cubierto de polvo, pero vivo. Vera lo abraza con alivio, pero Lope ya no es el mismo. La misión ha fracasado: no encontró pruebas, solo sospechas. Sin embargo, algo le hace ruido. Observó encuentros secretos entre el capitán Lorenzo de la Mata y el duque de Carril. Escuchó frases alarmantes: “eliminar obstáculos”, “la promesa será nuestra”. Ya no se trata solo de venganzas personales. Hay una conspiración para apoderarse de toda la finca.

La semana termina en un viernes cargado de oscuridad. Rafaela cae en un estado semiconsciente. Ni el coche de Leocadia ni las súplicas de Alonso consiguen ayuda médica. El marqués ya no tiene poder suficiente. Ballesteros, mientras tanto, intensifica su control: castiga con dureza a Petra y María por su desobediencia.

Y si eso fuera poco, Ricardo descubre horrorizado que su hijo Santos ha vuelto a robar, esta vez en la bodega del marqués. La decepción lo desarma.

Pero en medio del caos, una chispa de esperanza aparece. Enora, la ingeniera recién contratada, se enfrenta con valentía a Manuel y le lanza una frase clave: “Vale la pena ser valiente”. Sus palabras lo hacen tambalear. Quizás sea hora de romper con los pactos que lo tienen atado.

Lope y Curro, por fin, empiezan a atar cabos. La presencia de Lorenzo, los duques, el envenenamiento… todo forma parte de un plan más grande para destruir a los Luján y quedarse con La Promesa. El enemigo no tiene un solo rostro. Es una red. Una trampa.

Y mientras la verdad se abre paso como un incendio, Ballesteros pone los ojos en su nueva víctima: Lope. La finca se ha convertido en un campo minado. Arriba, una niña lucha por su vida. Abajo, el peligro crece en cada rincón. Basta un paso en falso para que todo se derrumbe.

El final se acerca… y podría ser devastador.