Spoiler: El miedo divide a Catalina y Adriano tras la amenaza del barón de Valladares
La visita del barón de Valladares ha sido como un jarro de agua helada para los habitantes de La Promesa, y el impacto de sus palabras resuena especialmente en Catalina y Adriano. Apenas se cruzan tras el encuentro, Catalina, visiblemente alterada, busca apoyo en su pareja, pero se topa con una actitud inesperadamente conciliadora por parte de él. El conflicto estalla en una conversación cargada de tensión, donde el idealismo choca con la cautela.
Catalina, aún furiosa por la arrogancia del barón, no puede entender cómo su padre ha permitido que ese hombre entre de nuevo a la casa después de todo lo que ha hecho. Cree que ha sido una humillación permitirle cruzar el umbral de La Promesa, cuando debería estar rindiendo cuentas, no haciendo exigencias. Sin embargo, Adriano defiende la decisión del marqués. Según él, el gesto de recibirlo ha sido prudente dadas las circunstancias, y ahora, más que nunca, es necesario mantener la calma.
La sorpresa de Catalina es mayúscula cuando Adriano se posiciona del lado de su padre. Cree que la situación se les está yendo de las manos y que deberían reconsiderar la postura que han adoptado respecto a los sueldos y las reformas. Para él, la prioridad ahora debería ser no provocar más al barón y mantener la paz, aunque ello implique pausar temporalmente los avances sociales que habían acordado. Catalina, horrorizada, le pregunta sin rodeos si eso significa que quiere dar marcha atrás con los salarios de los trabajadores. Y Adriano, con tono firme, le dice que sí. Que al menos deberían hacerlo por el momento, hasta que la tormenta pase.
Pero Catalina no lo acepta. Para ella, el barón ha cruzado una línea al poner en riesgo la seguridad de su hija. No puede tolerar que, después de eso, se plantee ceder ante sus chantajes. Exige justicia, no negociaciones, y le recuerda que lo verdaderamente justo sería que ese hombre viniera a disculparse. Adriano no niega que tenga razón, pero le pide que vea la situación desde otro ángulo: la justicia no siempre es lo más inteligente en tiempos de guerra. Hay momentos en los que actuar con la cabeza fría es más importante que hacer lo correcto a toda costa.
Adriano intenta razonar con ella. Le habla con calma, con tono sereno, pero no por ello menos contundente. Le insiste en que no están en condiciones de enfrentarse abiertamente a un enemigo con tanto poder. El barón no está solo, lo respalda un grupo entero de aristócratas dispuestos a destruir todo lo que han construido si no se doblegan. Para él, esta no es una batalla que puedan ganar con orgullo; necesitan estrategia y tiempo.
Catalina, herida y decepcionada, le lanza una pregunta directa: ¿qué ha pasado con el hombre valiente y comprometido que la apoyaba días atrás? ¿Dónde está el Adriano que creía en sus ideales y estaba dispuesto a luchar a su lado? La respuesta de él no tarda: nadie le ha lavado el cerebro, simplemente ha entendido que tienen que ser prudentes. Que no se trata de rendirse, sino de elegir las batallas que sí pueden ganar.
Pero Catalina no se deja convencer. Ve en sus palabras un gesto de cobardía y, más aún, una traición a los principios que los unieron. Le duele profundamente que ahora ponga por delante la estrategia cuando su hija ha estado en peligro. Adriano, sin embargo, no lo dice por desinterés. Todo lo contrario: le asegura que su preocupación nace precisamente del miedo que siente por el bienestar de sus hijos. Esa amenaza le ha hecho ver con claridad lo que está en juego. No es el momento de actuar por rabia, sino por protección.
La conversación sube de tono. Catalina le dice que el barón está consiguiendo lo que quería: sembrar el miedo. Y que si se rinden ahora, entonces habrá ganado. Adriano guarda silencio por un momento, intentando hacerla entrar en razón. Le pide que lo piense con calma, que no se precipite, pero ella no quiere oír más. Está convencida de que rendirse es la verdadera derrota.
Y aun así, a pesar de las diferencias, Adriano le promete que estará a su lado. Pase lo que pase, seguirán unidos. Aunque no compartan ahora la misma visión, él no se irá. Catalina, al borde de las lágrimas, lo abraza. En ese instante, el amor que se tienen parece más fuerte que cualquier divergencia, aunque el miedo y la incertidumbre sigan latiendo entre ellos.
La conversación marca un punto de inflexión en su relación. El proyecto común que compartían se tambalea, pero aún queda esperanza. Porque, aunque el camino que deben tomar parece distinto para cada uno, el compromiso mutuo de permanecer juntos podría ser lo único que logre salvarlos del abismo que se abre ante ellos.
El episodio no deja lugar a dudas: la guerra en La Promesa ya no es solo externa, también ha entrado en el corazón de sus protagonistas.