Spoiler: Un oscuro boicot médico y una amenaza sin nombre siembran el caos en La Promesa
La indignación ha alcanzado su punto más alto en La Promesa, y la escena comienza con un estallido emocional que resume la frustración y el hartazgo de Martina: “¡De verdad, tanta pera me va a volver loca!” No es una expresión sin sentido, sino un grito cargado de rabia, dirigido contra todos los hipócritas y cobardes que han fallado cuando más se les necesitaba.
Martina, visiblemente alterada, irrumpe en la estancia, sin poder contener su enfado. La sorprende lo que acaba de descubrir: aquellos que se muestran generosos y amables cuando vienen de visita, ahora demuestran su verdadera cara, escondiéndose como cobardes en cuanto hay un problema real. Ante la preocupación de quienes la rodean, comienza a contar lo que ha sucedido.
Resulta que, desesperada por la falta de atención médica, Martina tomó la iniciativa de llamar al doctor Palomino, un médico que ya había visitado la finca en el pasado. Petra fue quien lo trajo en una ocasión anterior para tratar a un sirviente enfermo, por lo que era una opción confiable. Sin embargo, la respuesta que recibió de su esposa fue desconcertante: el doctor, supuestamente, se encontraba participando en un congreso en Madrid.
Hasta ahí, parecía una justificación razonable. Si no está, no está. Pero la conversación no terminó ahí. Lo realmente alarmante vino después. La mujer del doctor, con un tono que mezclaba resignación y advertencia, le dijo a Martina que no se molestaran en seguir buscando médicos. Nadie acudiría a La Promesa. Nadie.
La revelación cayó como un balde de agua fría. No se trataba de una simple ausencia, sino de un boicot encubierto. Un mensaje claro: los médicos han sido advertidos de que, si se atreven a presentarse en la finca, tendrán que enfrentar serias consecuencias. Una amenaza, directa o indirecta, que ha calado hondo en la comunidad médica. Ningún profesional se atreve a desobedecerla.
Martina, aún conmocionada, comparte esa conclusión con los demás. Aunque la esposa del doctor no dio nombres, todo apunta a una sola persona: el varón de Valladares. ¿Quién más tendría el poder, la vileza y la influencia para imponer ese miedo? Nadie lo dice abiertamente, pero todos lo piensan. La respuesta, con amarga certeza, se pronuncia en voz alta: “Sí. ¿Quién si no?”
Las palabras se cargan de rabia. “¡Malnacido!”, exclama alguien con voz temblorosa. La frustración se transforma en una certeza aún más inquietante: es muy probable que el doctor Palomino ni siquiera esté en Madrid. Todo ha sido una excusa, una mentira piadosa para no verse envuelto en la tormenta. El miedo ha sido más fuerte que el deber.
Ante esta situación desesperante, Adriano no puede más. Su furia lo empuja a actuar, a buscar al varón y enfrentarlo cara a cara. Su decisión es clara: no puede quedarse de brazos cruzados mientras una criatura inocente queda desamparada, sin atención médica, por culpa de las intrigas y las amenazas de un hombre sin escrúpulos.
Pero las emociones lo dominan. Su ímpetu lo lleva a querer enfrentarse violentamente, sin pensar en las consecuencias. En ese momento, una voz más sensata intenta frenarlo. Le pide que se calme, que actuar así no resolverá nada. Que la ira no puede ser la brújula. Pero Adriano, como todos los que han sido testigos de este complot, ya no confía en la diplomacia. Para él, lo que queda es enfrentar al enemigo… y hacerlo pagar.
El problema es que este enemigo no da la cara. Opera desde las sombras, mueve hilos a través del miedo y el poder, usando su apellido y su estatus para doblegar voluntades. Y ese poder, silencioso pero brutal, ha dejado a La Promesa aislada, sin médicos, sin ayuda, sin justicia.
La conversación deja ver también el cansancio de los personajes. Están atrapados en un lugar donde la verdad se paga cara, donde el privilegio puede más que la necesidad y donde los inocentes sufren mientras los culpables se escudan tras amenazas anónimas. Es un sistema corrupto, y la finca se convierte, día tras día, en un campo de batalla emocional, moral y social.
La situación es más grave de lo que parece. No solo se ha impedido la llegada de un médico, sino que también se ha vulnerado la dignidad de toda una comunidad. La amenaza no es solo contra los profesionales, sino contra todos los que se atreven a alzar la voz o buscar ayuda fuera. Es una forma de control. De castigo. De dominación.
El dilema ahora es claro: ¿se resignarán todos a vivir bajo la sombra de ese poder corrupto o encontrarán la fuerza para enfrentarlo? ¿Habrá alguien que, aun con miedo, decida actuar? ¿Podrá Martina convencer a los demás de que no pueden seguir callando?
En medio de la impotencia, surge una especie de acuerdo tácito. Aunque algunos, como Adriano, desean actuar de inmediato, otros entienden que se necesita algo más que furia para vencer a un enemigo tan arraigado. La clave estará en exponerlo. En demostrar que el varón de Valladares ha cruzado una línea. Que ha dejado sin asistencia a quienes la necesitan solo por ejercer su dominio.
Lo que está en juego no es solo la salud de un niño, sino el alma misma de La Promesa. Porque si aceptan este chantaje, si bajan la cabeza, si dejan que el miedo decida por ellos, entonces todo estará perdido.
Pero si encuentran el valor de denunciar, de buscar un médico que no tema, de plantarse ante el varón con pruebas y testigos… entonces, quizá, haya esperanza. Quizá, por primera vez en mucho tiempo, los sinvergüenzas tengan que dar explicaciones.
Y en ese gesto —en ese pequeño acto de rebeldía frente a la injusticia— se juega el futuro de todos.