Spoiler: “El ultimátum de la nobleza amenaza la estabilidad en La Promesa”

Una vez más, la tensión vuelve a apoderarse del ambiente en La Promesa con la llegada inesperada de un representante de la nobleza, que viene cargado de exigencias disfrazadas de cortesía. Apenas cruza el umbral, su actitud arrogante lo delata. Tras preguntar por la familia —como quien cumple un formalismo vacío—, afirma que no hay necesidad de sentarse, pues su visita es breve, aunque obligada. Sin embargo, la gravedad de sus palabras deja claro que no ha llegado por voluntad propia, sino enviado por fuerzas más poderosas y coordinadas.

Con tono altivo y sin rodeos, entrega un documento que pide que sea leído con calma. En él figuran nombres de peso dentro de la aristocracia: los marqueses de Arencibia, el barón de Montoro, los varones de Cienfuegos y hasta la duquesa de Ornuelos. Todos ellos, dice, se han unido en una causa común. El visitante no deja espacio para dudas: lo que porta en esa lista es una advertencia clara de que el resto de nobles están organizados, atentos, y dispuestos a actuar contra La Promesa.

El interlocutor, sorprendido pero no intimidado, le aclara que no necesita ayuda para leer y pregunta qué significa exactamente ese listado. El emisario, con sarcasmo, le responde que si conserva su intelecto tanto como su vista, sabrá deducirlo por sí mismo. La amenaza ya está implícita, aunque aún no ha sido dicha con todas las letras.

Cuando se le acusa de estar allí para intimidar, él lo niega con falsos modales, pero revela su verdadera intención: busca que se terminen los “privilegios” que, según él, se otorgan a los trabajadores de La Promesa. Argumenta que otros nobles lo apoyan en su causa y que estos beneficios están alterando el orden tradicional. Lo que él llama privilegios, los dueños de La Promesa lo consideran justicia: el justo pago por el trabajo realizado.

La conversación escala en tensión. El representante de la nobleza se impacienta, cree que todo este diálogo es inútil, una pérdida de tiempo. Su discurso se vuelve más claro: si en La Promesa continúan con sus “prácticas distintas”, no se sorprendan si desde fuera se toman medidas para frenarlas. Es un aviso, velado aún, pero firme. El problema, según él, no es solo ideológico, sino estructural: La Promesa se ha convertido en una amenaza para el statu quo que otros nobles se empeñan en mantener.

La respuesta es tajante. Desde La Promesa le hacen ver que apoyar condiciones más justas para los trabajadores no solo es lo correcto, sino también lo más sensato: si quienes cultivan la tierra prosperan, todos prosperan con ellos. Pero el emisario, ciego por los intereses propios y de su clase, lanza una advertencia envuelta en supuesta lógica: “Si todos a su alrededor piensan que están cometiendo un error, quizá la equivocada sea usted”.

A partir de ahí, se desata una réplica encendida. Los nobles que lo apoyan son calificados como cobardes, avaros y déspotas. La defensa a los labriegos es apasionada: esos hombres y mujeres a los que desprecia desde la altura de sus títulos son, en realidad, más nobles en su dignidad que los aristócratas que pretenden darles lecciones. La lista de nombres vuelve a sus manos: no vale nada para quienes tienen principios. Pero él decide conservarla, insinuando que quizás, en su fuero interno, pueda servirle para reflexionar… aunque el gesto parezca más simbólico que sincero.

Antes de marcharse, deja caer la verdadera bomba: hay un plazo, y no es negociable. Un mes. Treinta días para que La Promesa “restituya el orden”, es decir, para que se someta a los dictados de la nobleza tradicional. De lo contrario, advierte, se tomarán medidas. Esta vez, la amenaza ya no es velada ni implícita. Es directa, frontal, definitiva.

La escena concluye con un silencio tenso y una música que subraya la gravedad de lo dicho. La Promesa se encuentra ahora bajo presión. El mundo exterior, esa red de intereses aristocráticos, ha decidido intervenir. La cuenta atrás ha comenzado. Si los ideales de justicia que defienden no se doblegan, tendrán que enfrentarse a las consecuencias. La batalla entre lo viejo y lo nuevo, entre el privilegio heredado y el derecho conquistado, está a punto de estallar.