¿Has sido tú quien trajo al coronel Fuentes a La Promesa?
El ambiente en La Promesa se carga de tensión desde el primer minuto de la jornada. La noticia de que el coronel Fuentes ha llegado al palacio cae como un jarro de agua fría sobre Ángela, que no tarda en buscar explicaciones. Su primera reacción es directa, casi un disparo verbal:
—¿Has sido tú quien ha traído al coronel Fuentes a La Promesa?
Curro no titubea en su respuesta, pero tampoco encuentra una manera de suavizarla. Con un gesto serio y casi resignado, confirma:
—Así es.
El silencio que sigue es breve, roto por el desconcierto y la incredulidad de Ángela.
—No… no entiendo nada —responde ella, visiblemente alterada—. No me cabe en la cabeza cómo has podido hacer algo así.
Curro intenta calmar las aguas. Levanta la mano, buscando un respiro para poder explicar su versión.
—A ver… déjame que me explique.
Pero Ángela no está dispuesta a concederle ese margen tan fácilmente. Su voz se endurece, cargada de reproche.
—Curro, ¿tengo que recordarte que fuiste tú quien me impidió hablar con ese hombre? ¡Si hasta quemaste la carta que le escribí!
Él asiente, reconociendo la contradicción.
—Ya, ya lo sé…
Ella no se detiene:
—¿Y ahora, de repente, cambias de opinión así, de la nada, y lo traes al palacio? ¡No hay quien te entienda, Curro!
La tensión sube un peldaño más, y él, preocupado por las miradas indiscretas que podrían estar escuchando, le suplica:
—Ángela, baja la voz, por favor. Mira… lo he pensado mejor.
Su respuesta, lejos de tranquilizarla, enciende todavía más la llama de su enfado.
—Ah, lo has pensado mejor… solito. Ya veo lo que te importa mi opinión en todo este asunto.
—No, Ángela, sabes perfectamente que no es eso… —intenta defenderse él.
—¿Ah, no es eso? —lo interrumpe ella, sin darle espacio—. Entonces explícamelo, porque ni siquiera te has molestado en preguntarme. No has invertido ni un minuto de tu tiempo en saber qué pensaba yo de toda esta locura.
Él vuelve a insistir, en un tono más bajo, casi suplicante:
—Baja la voz, por favor. Escúchame…
Y, por fin, admite su error:
—Tienes razón. Lo siento. Todo ha sido tan apresurado que apenas me ha dado tiempo a hablar contigo.
Pero sus disculpas no encuentran un lugar donde asentarse. Ángela, dolida y furiosa, le corta con un gesto firme:
—Cállate. Prefiero que no digas nada antes que inventarte excusas que ni tú mismo te crees, Curro.
Su respiración está agitada. La sorpresa de la noticia ha dado paso a un miedo profundo, uno que apenas logra disimular.
—Por Dios… casi se me para el corazón cuando me dijeron que él estaba aquí —confiesa, y en su voz se adivina más que rabia: hay angustia.
Curro la mira, con un nudo en la garganta.
—De verdad que lo lamento. Era lo último que pretendía.
—Pues cualquiera lo diría —replica ella, sin mirarlo a los ojos.
El reproche es claro: durante semanas, él le había repetido que no quería exponerla, que su seguridad era su prioridad. Y, sin embargo, ahí estaba el coronel, cruzando las puertas de La Promesa.
—Tanto que te llenaste la boca diciendo que no querías ponerme en peligro… y ahora parece que te has olvidado de todo eso.
Él niega con la cabeza, decidido a convencerla:
—No. Te prometo que no te va a pasar nada malo.
Pero Ángela, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo, apenas le concede un atisbo de credibilidad.
—¿De verdad? —pregunta, incrédula.
—Sí —responde él, con firmeza.
Ella suelta una risa breve, amarga:
—Ya… seguro que no.
En ese momento, alguien intenta intervenir, pero la tensión es tan densa que cualquier palabra suena fuera de lugar. Una ligera música lejana se cuela desde el salón, pero en ese rincón del palacio todo está centrado en esa conversación cargada de reproches, dudas y heridas abiertas.
Curro quiere insistir, pero Ángela lo frena con una última advertencia:
—Déjalo. No quiero escuchar ni una palabra más.
Su voz tiembla ligeramente, no por debilidad, sino por la intensidad de lo que siente. Es un muro que se levanta para protegerse, y, al mismo tiempo, una puerta que se cierra para él.
La escena termina con un silencio helado, apenas roto por sus pasos alejándose. En los pasillos de La Promesa, las paredes parecen absorber los ecos de esa discusión, mientras la llegada del coronel Fuentes promete desatar nuevas intrigas y peligros. Lo que para Curro fue una decisión rápida, quizá bien intencionada, para Ángela representa una traición que no será fácil de perdonar.
Y así, entre miradas esquivas y sentimientos enfrentados, queda sembrada una tensión que amenaza con crecer en los próximos días. Porque en La Promesa, cada acción tiene un precio… y en esta ocasión, el costo podría ser mucho más alto de lo que cualquiera de los dos imagina.