Manuel y Leocadia: la batalla por el poder oculto en La Promesa
En la próxima entrega de La Promesa, el ambiente se cargará de tensión con una de las conversaciones más esperadas, aquella que enfrenta a Manuel con doña Leocadia, en un duelo verbal donde no solo se discuten intereses empresariales, sino también cuestiones de lealtad, poder familiar y traiciones silenciosas. La escena se inicia cuando Manuel se dirige con paso firme hacia el hangar, con la intención de llegar a tiempo para cenar. Sin embargo, doña Leocadia, con ese aire calculador que siempre la acompaña, le detiene con la excusa de que su padre ha retrasado la cena media hora para darle la oportunidad de hablar a solas con él. El gesto, que parece un simple favor, pronto se revelará como una maniobra estratégica.
Manuel, sin demasiados rodeos, intuye que el tema será la oferta de don Pedro Farrem, el empresario que había mostrado interés en invertir en la empresa. Con desconfianza, le pregunta directamente a Leocadia si tiene ya una respuesta. Ella, con un tono sereno pero firme, le explica que ya ha hablado con su padre, Alonso, y que ambos han llegado a un acuerdo sobre lo que conviene a la compañía. Esa frase despierta en Manuel una reacción inmediata, pues siente que nuevamente su padre está siendo manipulado y que la decisión, más que consensuada, ha sido impuesta.
Lo que para Manuel debería ser un asunto independiente, centrado en su capacidad como heredero y creador de los motores, se convierte en un tema familiar en el que Alonso y Leocadia se han alineado para imponer su voluntad. La empresaria recalca que los talleres están en los terrenos del marqués y que, en consecuencia, la familia no puede ser ignorada en un asunto tan trascendental. Para Manuel, sin embargo, esta postura resulta inaceptable, ya que percibe que Leocadia se está adueñando de lo que legítimamente le corresponde.

La conversación sube de tono cuando Manuel le recuerda que ella controla nada menos que el 60% de la empresa. Leocadia, lejos de incomodarse, se muestra condescendiente y casi sarcástica, asegurando que, aunque Manuel se revuelva como un gato panza arriba, patalee o llore, la realidad es que su padre confía en ella y, además, cuenta con el respaldo de don Pedro Ferré, un empresario con credenciales reconocidas. El joven, sin embargo, no se deja impresionar y le pide que le enumere esas supuestas credenciales, cuestionando la fiabilidad de ese socio.
En medio de la confrontación, Leocadia argumenta que cada beneficio que recaiga en manos del señor Farrem sería un dinero que se aleja de la familia, reforzando la idea de que su prioridad es proteger el patrimonio familiar. Manuel, en cambio, está convencido de que lo que está en juego es mucho más que una simple cuestión económica: se trata de su propia independencia, del control sobre un proyecto que él ha levantado con esfuerzo, y que ahora ve amenazado por la influencia de una mujer que ha sabido ganarse la confianza de Alonso a base de intrigas.
El momento más duro llega cuando Manuel, con frialdad, le recrimina a Leocadia que no se equivoque, que una cosa es la deuda moral que su padre pueda tener con ella por las ocasiones en que le sacó de la ignominia, y otra muy distinta es lo que le corresponde a él como heredero. En esa declaración queda patente que Manuel distingue entre la gratitud que Alonso puede sentir hacia Leocadia y el derecho que él mismo tiene a decidir sobre los motores, un derecho que no está dispuesto a ceder.
Leocadia, por su parte, se defiende recordando que lo que ella hace no es con ánimo de discutir, sino de tomar la decisión que considera mejor. Sin embargo, la realidad es que su respuesta es un golpe demoledor para Manuel: el 60% de la empresa seguirá siendo suyo y, por lo tanto, no está dispuesta a vender a don Pedro. Con esta afirmación, la mujer deja claro que su poder dentro de la compañía se mantiene intacto y que, a pesar de las pataletas de Manuel, la última palabra la tiene ella.
Esta escena se convierte en un reflejo perfecto de la lucha de poder que atraviesa a la familia Luján y a los socios de La Promesa. El enfrentamiento no solo expone la fragilidad de la relación entre Manuel y su padre, sino también la influencia que Leocadia ha conseguido ejercer en el marqués, una influencia que le permite tomar decisiones cruciales sin que nadie pueda detenerla.
Lo interesante del episodio es que, aunque Leocadia asegura no tener intención de discutir, cada palabra suya es una provocación calculada, diseñada para dejar claro que Manuel aún no tiene la autoridad suficiente para imponerse en los asuntos de la empresa. La tensión se palpa en cada respuesta, en cada interrupción, en cada mirada cargada de reproche.

Por otro lado, el dolor de Manuel va más allá del ámbito empresarial. Lo que más le hiere no es que Leocadia conserve el control mayoritario, sino que su propio padre respalde sus decisiones sin mostrar confianza en él. Esa herida emocional se convierte en el verdadero motor de su ira y su frustración, pues siente que Alonso prefiere escuchar a una extraña antes que apoyarle como hijo y como heredero.
En este sentido, el episodio abre la puerta a un futuro lleno de conflictos. La desconfianza entre Manuel y Leocadia es absoluta, y la mediación de Alonso parece más un obstáculo que una ayuda. La promesa de mantener el negocio en el seno de la familia, que en teoría debería ser un gesto de unidad, se convierte en el detonante de una ruptura cada vez más evidente.
Con esta trama, La Promesa sigue explorando los temas que la han hecho tan atractiva: las luchas de poder ocultas bajo la fachada de una familia noble, los intereses enfrentados entre lo personal y lo empresarial, y la manipulación como arma principal en un entorno donde la verdad siempre está disfrazada. La batalla entre Manuel y Leocadia promete ser solo el inicio de un conflicto mucho mayor, uno que podría redefinir no solo el rumbo de la empresa de motores, sino también el destino de la propia familia.
En conclusión, lo que veremos es un capítulo cargado de tensión, donde Manuel se verá obligado a enfrentarse no solo a la férrea voluntad de Leocadia, sino también a la desilusión que le provoca la actitud de su padre. Y aunque él sienta que esta es su empresa, la realidad es que la mujer sigue teniendo la mayoría absoluta y la confianza del marqués. Una jugada maestra que deja a Manuel con pocas cartas para jugar, pero con una rabia creciente que, tarde o temprano, podría estallar con consecuencias imprevisibles.