¿Cómo estás? || El espectro de Cruz vuelve a sacudir La Promesa
En La Promesa, un nuevo capítulo lleno de emociones intensas y verdades dolorosas ha empezado a remover las heridas que muchos creían cerradas. La reaparición simbólica de doña Cruz, a través de su retrato, ha desatado una ola de recuerdos, miedo e incertidumbre entre los habitantes de la finca. Un simple cuadro ha sido suficiente para que viejos fantasmas salgan a la luz y desestabilicen nuevamente a quienes intentan seguir adelante.
Curro es uno de los más afectados. A pesar de haber intentado dejar atrás todo lo relacionado con Cruz, ver nuevamente su imagen tan imponente y viva le ha provocado una sacudida emocional inesperada. Él mismo admite que pensó haber superado lo sucedido, pero se da cuenta de que aún carga con el peso del pasado. La última conversación que tuvo con Cruz lo persigue, no por lo que dijo, sino por todo lo que intuía en ese momento y que ahora confirma: que ella no fue la verdadera responsable de la muerte de su hermana Hana.
Doña Pía intenta consolarlo y mantenerlo firme, pero es consciente de lo delicado de la situación. Ambos saben que el hecho de que Cruz no matara a Hana no borra todo el mal que ha causado. La marquesa de Luján es una figura compleja, moldeada por su afán de poder, su necesidad de proteger el linaje familiar y su capacidad para manipular todo a su favor. Aunque no tenga las manos manchadas directamente con la sangre de Hana, su historial está plagado de actos cuestionables y decisiones destructivas.
Lo inquietante de este episodio no es solo el regreso simbólico de Cruz a través del retrato, sino la reacción visceral que provoca en todos. Incluso Ángela, al ver el cuadro, no puede evitar sentir que está maldito. Confiesa que cada vez que lo observa, le recorre un escalofrío y se llena de pensamientos oscuros. El rostro de Cruz, capturado en la pintura con esa mirada penetrante, parece seguir a los presentes por la casa, como si aún ejerciera su dominio desde la distancia.
El ambiente en La Promesa se vuelve cada vez más tenso. La inestabilidad emocional se mezcla con el caos que reina en la finca. Nada parece estar en su sitio, todos actúan de manera extraña, y el único que parece disfrutar del desorden es el capitán. Su figura, imperturbable y calculadora, se presenta ahora como un nuevo centro de poder oscuro, casi demoníaco, dispuesto a aprovechar cada grieta en la estructura de la casa para imponer su voluntad.
En medio de esta tormenta, Curro enfrenta un dilema moral que lo consume. Sabe que revelar que Cruz no fue la asesina de Hana podría significar justicia para su hermana, pero al mismo tiempo, duda si eso no abrirá una puerta peligrosa que termine perjudicando a todos. Pía, con firmeza, le recuerda que Hana siempre fue una mujer con un profundo sentido de la justicia, y que, aunque no viva para exigirla, su memoria merece que la verdad salga a la luz.
Pero también está la otra cara de la moneda. ¿Acaso Cruz merece ser liberada de su castigo? ¿No ha causado ya suficiente dolor? Pía no se guarda su opinión y afirma sin tapujos que Cruz ha cometido actos tan terribles que su encarcelamiento, aunque sea por un crimen que no cometió, sigue siendo una consecuencia merecida. Para ella, el destino le está cobrando a la marquesa todo lo que hizo, no solo la muerte de Hana.
La tensión se intensifica cuando Ángela interrumpe, visiblemente afectada. El cuadro de Cruz ha reabierto en ella recuerdos y sensaciones tan intensas que apenas puede contenerse. Siente que la energía de la marquesa sigue impregnando los muros de La Promesa, y que su sed de venganza está lejos de haberse apagado. Cree firmemente que Cruz, aunque esté tras las rejas, aún maneja hilos invisibles que podrían acabar dañando gravemente a quienes más intentan protegerse.
Mientras tanto, el salón principal, donde cuelga el retrato, se ha convertido en un punto de tensión. Muchos evitan pasar por allí, otros lo miran con temor, como si esa pintura tuviera vida propia. Y no falta quien sugiera que ese cuadro debería ser retirado, como un acto simbólico de ruptura con un pasado lleno de sufrimiento. Pero no es tan fácil borrar el peso de Cruz de la historia de La Promesa.
La figura de Cruz, aunque ausente físicamente, vuelve a dominar la narrativa. Su sombra se proyecta sobre todos, especialmente sobre Curro, quien se ve obligado a revivir su dolor, sus sospechas, y ahora, su certeza. La escena donde recuerda lo que le dijo a Cruz la última vez que la vio es demoledora. Se culpa, se lamenta, y a la vez se reafirma en lo que entonces ya presentía. Ahora, con la verdad ante él, el conflicto interno es más grande que nunca.
Y mientras unos dudan, otros ya lo tienen claro: lo que está pasando no es solo un ajuste de cuentas con el pasado. Es el inicio de algo más grande. Una etapa de confrontaciones donde las máscaras caen, la justicia se redefine, y cada personaje deberá tomar partido. El caos que reina en la finca no es casualidad. Es la consecuencia inevitable de años de secretos, silencios y traiciones.
La Promesa vuelve a demostrar que el pasado no se entierra fácilmente, y que los errores —por muy antiguos que sean— tienen un precio. El retrato de doña Cruz no es solo un elemento decorativo. Es el símbolo viviente de un legado marcado por el dolor, la manipulación y el miedo. Su presencia vuelve a remover todo… y esto, apenas es el comienzo.