La Promesa: El Héroe Silenciado y el Secreto en la Casa
En la memoria colectiva, algunos episodios de guerra se convierten en leyendas. Sin embargo, no todos los héroes reciben el reconocimiento que merecen. Entre las gestas olvidadas, hay una que sobresale: la defensa de un bloqueado en Benny Bu y Frur. Allí, un hombre, armado apenas con cuatro fusiles y acompañado de una mula coja, resistió durante una semana entera frente a las fuerzas rifeñas, hasta que finalmente llegaron los refuerzos. Aquella hazaña, digna de cualquier relato épico, convirtió a su protagonista, el capitán Martínez de la Vega, en un héroe indiscutible.
Pero como ocurre a menudo, detrás de las gestas más gloriosas se esconden historias menos luminosas. Y lo que pocos saben es lo que ocurrió después. Apenas un mes más tarde, Martínez de la Vega sería emboscado en las colinas de Taza. Marchaba al frente de una compañía formada por jóvenes reclutas de reemplazo, muchachos inexpertos que nunca habían disparado un fusil en combate. La situación parecía condenada al desastre.
Aun así, el capitán no se rindió. Con una mezcla de voluntad férrea y un valor que pocos podrían igualar, logró romper el cerco enemigo. A pesar de la desventaja numérica y la falta de experiencia de sus hombres, consiguió salvar a gran parte de la compañía. Fue una victoria a pulso, lograda más por coraje que por recursos. Y, sin embargo, la gloria que merecía jamás llegó.
No hubo condecoraciones. En su lugar, lo que hubo fue un silencio administrativo que olía a injusticia. La razón era tan mezquina como dolorosa: sus superiores, incompetentes en la logística y responsables de que la emboscada ocurriera, decidieron tapar sus errores borrando el mérito del capitán. Le anularon, truncando su carrera militar como quien cierra un libro a medio escribir. Todo, porque Martínez confió en la persona equivocada.
El narrador, consciente de la injusticia, comenta que escuchar estas historias hace fácil añorar el frente, pese a sus horrores. Sin embargo, observa que el capitán no parece demasiado incómodo en su situación actual, viviendo bajo el techo de su cuñado. Martínez, con una media sonrisa, admite que, dado que su trabajo lo permite, sería absurdo renunciar a vivir en lo que él llama “el paraíso”. Su interlocutor le concede la razón: La Promesa es un lugar acogedor, donde uno puede encontrar la paz.
No obstante, esa tranquilidad tiene fecha de caducidad. “Lástima que como todo, tenga que llegar a su fin”, comenta el coronel con un tono ambiguo. El capitán, algo sorprendido, pregunta si lo está echando. El coronel lo niega con vehemencia, asegurando que su presencia es un honor para toda la familia. Pero no puede evitar recordar que las gestiones que lo han traído hasta La Promesa inevitablemente concluirán.
Y es aquí donde la conversación adquiere un matiz más intrigante. El capitán, con voz mesurada, se ofrece voluntario para colaborar en “el imprevisto” que ha llevado al coronel hasta la finca. Sin embargo, la respuesta que recibe es tajante: su presencia allí podría considerarse un secreto de Estado. ¿Acaso pretende que le revele información reservada? El coronel parece casi ofendido ante la insinuación.
El capitán confiesa que jamás imaginó que el asunto fuera tan delicado, y el coronel le tranquiliza: si su ayuda fuese necesaria, ya habría recibido órdenes. No obstante, la curiosidad queda flotando en el aire. El capitán, entonces, cambia de tema y pregunta si, al menos, el coronel tiene una fecha estimada para su partida. Explica que lo hace por una razón muy mundana: la cocina de La Promesa es excelente, y no quiere que el invitado se marche sin probar algunas de sus delicatesen.
Pero el coronel, con astucia, le hace notar que tanta insistencia en saber cuándo se irá podría ser motivo de sospecha. El capitán, intentando mantenerse sereno, responde que no hay segundas intenciones, que solo es un comentario. El coronel le concede el punto, pero no puede evitar añadir con ironía que, si lo pensara bien, podría imaginar un motivo oculto para querer verlo marchar. Luego, mirándolo a los ojos, lanza la pregunta: “Usted no me oculta nada, ¿verdad, capitán?”.
La tensión queda suspendida, y la música que acompaña la escena refuerza la atmósfera de misterio. La conversación, que empezó como un repaso heroico de la carrera de Martínez de la Vega, ha terminado convertida en un duelo de palabras, donde cada frase parece tener un doble sentido.
Entre la sombra de un pasado glorioso y el velo de un secreto presente, la figura del capitán se dibuja como la de un hombre atrapado entre dos lealtades: la que siente hacia su propia historia y la que debe guardar hacia quienes lo acogen. Lo que está claro es que, en La Promesa, nada es del todo lo que parece, y las verdades, como las heridas de guerra, a veces tardan en cicatrizar.